Por Dahr Jamail.- Cada vez son más las personas enfermas en la costa estadounidense del Golfo de México debido al derrame de crudo de British Petroleum (BP), que usó dispersantes tóxicos para frenar el desastre.
“Tengo un doloroso sarpullido en el estómago”, dijo a IPS Denise Rednour, de Long Beach, en el meridional estado de Mississippi. “Parece que sangrara por dentro”, apuntó.
Rednour vive cerca de la playa, por donde camina casi a diario desde que explotó la plataforma petrolera de BP el 20 de abril. Según ella, hay cada menos animales silvestres y, muchos días, el olor a productos químicos inunda el aire.
Los actuales problemas de salud de Rednour siguen a los que padece desde hace meses, como dolor de cabeza, dificultades respiratorias, resfrío, náuseas y hemorragia por los oídos.
Para contrarrestar el derrame de por lo menos 4,9 millones de barriles de crudo en el Golfo de México, BP reconoció haber utilizado 7,18 millones de litros del solvente Corexit, prohibido en 19 países, para degradar el petróleo.
Los dispersantes contienen químicos que, según muchos científicos y toxicólogos, son peligrosos para la salud humana, la vida marina y silvestre.
“Las graves consecuencias neurotóxicas de la exposición a solventes orgánicos sobre trabajadores y animales de laboratorio son narcosis, anestesia, depresión del sistema nervioso central, dificultades respiratorias, inconsciencia y muerte”, señala el estudio “Neurotoxicidad del Solvente Orgánico”, divulgado en marzo de 1987 por el Instituto Nacional de Salud y Seguridad Ocupacional.
Varios compuestos químicos que figuran en el documento, como estireno, tolueno y xileno están en el Golfo de México.
“Me duelen todos los músculos”, dijo a IPS la capitana Lori DeAngelis, quien suele dirigir excursiones para ver delfines en Orange Beach, en el estado de Alabama.
“Cuando subo escaleras tengo espasmos musuclares. Toso, me pica la garganta todo el tiempo y tengo la voz ronca”, añadió.
Además, “olvido muchas cosas importantes. Apenas me acuerdo de la gente que me entrevistó. Es así de grave”, relató. “Tengo que llevar lápiz y papel y escribir todo para no olvidarme”, añadió.
La química Wilma Subra analizó en octubre la sangre de ocho personas que viven y trabajan en la franja costera buscando rastros volátiles de solventes.
“Las tres mujeres y los cinco hombres tenían etilbenceno y m, p-xileno en la sangre”, señala el informe de Subra. “Son químicos orgánicos volátiles presentes en el crudo de BP”, explicó.
Problemas de salud como los de DeAngelis y de Rednour son comunes ahora en el Golfo de México, del estado de Louisiana al de Florida.
“A principios de septiembre el gobierno local dio luz verde para que los surfistas volvieran al agua”, dijo a IPS el director de la Asociación Oriental de Surfistas, Chuck Barnes, responsable de organizar competencias deportivas.
“Pero enseguida muchos comenzaron a tener dolor de cabeza y problemas en las vías respiratorias altas, entre otras problemas. Entonces decidí que era necesario analizar el agua”, relató.
Los análisis realizados al agua en la zona de Orange Beach mostraron que estaba todo contaminado, señaló Barnes.
“Me preocupa que todo el mundo dé luz verde y nadie haga análisis honestos de la calidad del agua”, señaló. “Convirtieron el Golfo de México en un experimento científico. A nosotros nos observan con lupa y esperan a ver qué nos pasa”, añadió.
“Ahora tengo un nuevo sarpullido en el pecho, después de las ampollas que me dejó el anterior. Me hice un análisis en Pensacola y descubrieron que tenía seis de los nueve productos químicos utilizados por BP”, señaló Jose Overstreet, comerciante de la localidad de Fairhop, en este estado.
Overstreet, quien trabajó para el equipo de respuesta de desastre de BP también se realizó un análisis de sangre.
“Casi todas las noches tomo un analgésico para no despertarme con dolor de cabeza”, dijo a IPS. “Hace poco me empezó a molestar el costado derecho y tengo dolores muy fuertes. Cuando me viene, tengo que dejar de hacer lo que esté haciendo. Me sucede a diario”, añadió.
Overstreet, acostumbrado a trabajar con sustancias peligrosas, señaló que él y sus vecinos “pueden oler el benceno que llega a la bahía. Trabajé en la playa y cuando la marea estaba baja podíamos oler las almejas.
Solían ser blancas, pero ahora son negras”, relató.
“Nadie parece prestarle atención a lo que está pasando. Viví aquí toda mi vida y sé que no está bien”, añadió.
La falta de respuesta de las autoridades locales lo tiene desconcertado.
A DeAngelis le preocupan los delfines y la población costera. “Es devastador”, señaló.
“Mi identidad depende de ser la capitana Lori, pero no sé si podré volver al agua y cuidar a mis bebés. Nadie nos dice qué pasa. No sé cómo describirlo. Es lo peor que nos puede hacer el gobierno”, añadió. (Fuente Inter Press Service – IPS Venezuela)
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