ING. ÁLVARO BERMÚDEZ
El gas en rocas de esquisto, pizarra o arcillas compactas representa una nueva y enorme fuente de combustible fósil. En las formaciones estadounidenses de esquistos, de un espesor de uno a tres kilómetros bajo la superficie, puede haber hasta 23,4 mil millones de metros cúbicos de gas recuperable, según el informe Annual Energy Outlook 2011, divulgado en abril del 2011 por la Administración de Información de Energía (EIA) de ese país. Pero lo más importante para nosotros, es que Argentina tiene el tercer lugar en reservas en este tipo de gas y Brasil no se queda atrás.
Ancap está dando licencias para búsqueda de hidrocarburos en nuestro territorio y lecho marítimo. Resulta posible que el gran hallazgo de las empresas petroleras licenciatarias se trate de este tipo de gas natural entrampado, asociado a petróleo en arenas y arcillas. Argentina en octubre del 2009 descubrió este tipo de gas en Neuquén multiplicando por 10 sus reservas hidrocarburíferas.
Las reservas mundiales de “gas no convencional” -término que usa la industria para referirse al gas de esquisto y al metano de los mantos carboníferos- son de 915 mil millones de metros cúbicos, y 100 mil millones de ellos están en América Latina.
La técnica consiste en perforar la roca y fracturarla inyectando agua y sustancias químicas a gran presión para que libere el gas que contiene. Se practica una perforación vertical hasta una profundidad que varía entre 100 y 3.000 metros desde la superficie o el fondo del mar en el caso de plataformas marinas. Luego por medio de sorprendentes técnicas de desvío de pozos de petróleo se logra seguir perforando hoyos horizontales de unos 1.000 metros a lo largo de la formación rocosa. En ellos se inyectan grandes volúmenes de agua y otras sustancias.
La nueva fiebre se asienta en el apetito importador de Asia y en la idea de que el gas es “el combustible de transición” entre una economía sucia, basada en el carbón, a una baja en emisiones de dióxido de carbono CO2, el principal gas de efecto invernadero. La tecnología del “fracking” (fractura hidráulica) va en busca de los últimos depósitos de gas natural alojados en lechos rocosos de extensas zonas de Estados Unidos y el oeste de Canadá, alentando una nueva fiebre de hidrocarburos.
El gas es más limpio, pues libera entre 40% y 45% menos CO2 que el carbón para generar la misma cantidad de energía. En los últimos años, la producción de gas de arcillas compactas aumentó a un ritmo de 48%, según la EIA.
Luego de más de 20 años de fractura hidráulica, la EPA (Departamento de Protección Ambiental de EE.UU.) está realizando su primer estudio sobre los riesgos que podría entrañar para el agua potable. Especialmente porque muchos de estos reservorios se encuentran por debajo de acuíferos como nuestro Raygon o el acuífero Guaraní, el mayor del mundo, una fuente de agua potable subterránea compartida con Argentina y Brasil. Cada perforación requiere millones de litros de agua, y la industria petrolera obtuvo derechos en distintos países del mundo para extraer 275 millones de litros diarios de ríos, lagos y arroyos locales.
El uso de variados químicos (entre ellos el benceno, tolueno, plomo, metano y concentrados de ácido sulfúrico, junto a otra veintena de compuestos) constituyen otro riesgo que no se puede eludir.
El País Digital