“La preservación del medio ambiente es, en primer lugar, una lucha política”

¿Cómo se traduce en términos de acción la necesidad de despoblar las ciudades haciendo que los campesinos vuelvan al campo, con la limitación de que los Estados han entregado vastos territorios a empresas trasnacionales para la explotación de recursos naturales? ¿Cómo se da una resistencia cuando no hay ni siquiera acceso a la tierra?

La solución que tiene el capitalismo para aplazar el problema es de naturaleza demográfica y por eso se habla tanto de la bomba demográfica. Desde hace muchos años, incluso hay un informe que fue secreto y luego se conoció, un estudio de 1974 dirigido por Nenry Kissinger en los Estados Unidos, en donde se dice que para mantener el estilo de vida de ese país hay que reducir la población del mundo, y existen estudios en los que se afirma la necesidad de reducir la población del mundo, y en los mismos Estados Unidos en casi 100 millones de personas. Estos sectores tienen claro la noción de clase, cada vez son más cínicos, porque reconocen que van a vivir sólo unos pocos, de cierta clase, y pueden eliminar a los pobres, aunque no a todos porque ¿quién les va a trabajar a los ricos? Hay que mantener un cierto número de pobres y de trabajadores y eliminar al resto. Eso está en la agenda del imperialismo. Al respecto, existe un libro célebre, escrito como una burla muy interesante, es el Informe Lugano de Susan George. En éste se dice que, el modelo funciona a partir de algunas variables: la energía, la tecnología y la demografía. Incluso hay una fórmula para explicar esto, y la presión que hay sobre el planeta, relacionada con la cantidad de energía que se gasta, la tecnología que se aplica, y la cantidad de gente. Esa formula dice que p (presión sobre la tierra) = Energía x Tecnología x Población. Esto fue descubierto por un ecologista que acaba de morir, Barry Commoner, uno de los precursores del movimiento ambiental y ecosocialista, porque era de izquierda. Él fue el primero que postuló algo tan elemental, ante lo cual uno se pregunta ¿por qué la gente no lo ve? ¿Por qué no lo entiende y no lo quiere asumir?

Cualquier proceso social y económico tiene que considerar esas tres variables: energía, tecnología y gente. Para tratar de remediar la situación, el capitalismo no puede renunciar al consumo de energía, sino que antes lo incrementa, y entonces ataca el problema disminuyendo la cantidad de gente, dando por sentado que la ciencia y la tecnología tarde o temprano van a encontrar una alternativa energética. Y esto es lo que se está haciendo y no estamos especulando: las guerras, el sida y nuevas enfermedades están relacionadas con el factor demográfico. Que en la guerra de Irak se hable de 1,5 millones de muertos en pleno siglo XXI y con todo el cuento de los Derechos Humanos como justificación, es algo que indica a lo que le está apostando el capitalismo. Para que se mantenga el mundo en las condiciones actuales, el capitalismo necesita reducir la población a unos 2000 millones de personas y el resto bien puede desaparecer.

En términos reales, las ciudades cada vez crecen más, mientras es menor la cantidad de gente que está en el campo. Pero ese modelo también es insostenible y hay casos que son dramáticos como Argentina (en donde creo que un 90 por ciento de la población vive en las ciudades), en donde gran parte del campo está despoblado. Pero, tarde o temprano, se tiene que plantear el regreso al campo, pero esto no puede ser una cuestión obligatoria, porque estaríamos incurriendo en un fascismo ambiental, que también existe, sino que debe ser resultado de propuestas y de proyectos que hagan recuperable la idea de que la gente puede regresar al campo y vivir del campo. Esta es la idea que nadie concibe, por lo que ofrece el confort de la ciudad, cuando sabemos que para la gran mayoría eso no es posible.

En el camino esto tiene que plantearse claramente, así como también el control demográfico, pero no de tipo malthusiano, porque se piensa que todo control demográfico es malthusiano. Incluso, hoy se sabe que el crecimiento demográfico va a llegar a un límite, luego de lo cual va a empezar a bajar, y a ese límite se calcula que se va a llegar entre el 2040 y el 2050. Esto se puede ver ya en algunos países europeos, con decrecimiento demográfico. Así que no estamos hablando de cosas hipotéticas.

Por otro lado, una muestra perversa del modelo energético vigente está relacionada con la importancia que ha vuelto a adquirir la tierra como medio de producción, lo cual expresa algunas paradojas analíticas. En la literatura gerencial de la década de 1990, que tanto influyó a Manuel Castells o Toni Negri,  se anuncia que la tierra ya no es importante, porque estamos en una nueva sociedad, en La Tercera Ola de Alvin Toffler, en la que predominan los servicios, y donde se ha superado de lejos a la primera ola, vinculada a la tierra, y a la segunda ola, ligada a la industria. Toffler nos dice que en esta tercera ola predominan los servicios. A partir de esa literatura gerencial se generó el prejuicio de sostener que la tierra no es importante como medio de producción y, en consecuencia,  los campesinos pueden tranquilamente desaparecer. Esto se anunció desde hace unas décadas y todavía se repite como un gran descubrimiento. Lo paradójico radica en que ahora mismo el capitalismo le ha vuelto a conceder importancia a la tierra para producir bienes sustitutos del petróleo, por eso es que estamos asistiendo a la captura de territorios en todo el mundo. Resulta sorprendente que, aun cuando se diga que la tierra no es importante, empresarios dela Unión Europea, de India, de los Estados Unidos, de China y Canadá estén comprando miles o millones de hectáreas de tierra. Al respecto, valga mencionar el caso de Madagascar, donde se le entregó a Corea de Sur una concesión de miles de hectáreas de tierra por 50 años. Y de aquí surge una  pregunta elemental: ¿si la tierra no es importante, por qué la están acaparando los empresarios capitalistas y las transnacionales?

Primero, la tierra sí es importante y, segundo, la están acaparando por varias razones: para sembrar cultivos que sirvan como materia prima de los agrocombustibles, para controlar el territorio, para explotar recursos naturales, para sembrar madera y, en general, producir todo aquello que es indispensable para que el capitalismo siga funcionando. En estas condiciones, nuevamente se vuelve a plantear la lucha por la tierra por parte de los campesinos, como sucede en Colombia porque nunca se repartió la tierra y la reforma agraria sigue siendo una reivindicación democrática. En otros casos, donde predomina el modelo agro industrial, como creo que es el caso de Argentina, la tierra también es importante. Y aquí emerge otra paradoja: reaparece en la agenda política una lucha que era de otra época, que se creía superada. Por ejemplo, en Colombia las clases dominantes y sus ideólogos plantean que la tierra no es importante, y si es así caben las preguntas: ¿por qué no la reparten? ¿Por qué la monopolizan? En Colombia la controlan los terratenientes tradicionales, y en muchos lugares del mundo estamos presenciando la emergencia de nuevos empresarios ligados a la tierra, que la están acaparando para sembrar cultivos de exportación. Por todo esto, la lucha por la tierra adquiere múltiples sentidos: es la recuperación de la tierra no sólo como medio de producción sino como medio de vida, de cultura. Para enfrentar a los viejos y nuevos monopolizadores de la tierra, debe reivindicarse la importancia del territorio, tanto en el campo como en las ciudades, porque también hay terratenientes urbanos. En este sentido una propuesta interesante que se ha impulsado en algunos lugares del mundo, en Cuba por ejemplo, es la agricultura urbana, con lo que se quiere romper con la dicotomía de que la ciudad está dedicada a unas cosas y el campo a otras, cuando el mismo capitalismo se ha encargado de romper esa diferenciación. Es necesario que se vuelva a plantear en la agenda política el retorno al campo, pero acompañado de propuestas que hagan atractivo y viable ese retorno. Lo que también está claro es que la urbanización es un suicidio diario. La otra pregunta clave es si se puede vivir sin campesinos, si se recuerda que en algunos países los campesinos abastecen entre el 80 y el 90 por ciento de la producción alimenticia. Si desaparecen, ¿quién va a alimentar a la gente que vive en las ciudades? En este contexto, se vuelve a plantear las crisis de alimento de la que ya hablamos.

 

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