El fracking es una peligrosa técnica, para las personas y para el medio ambiente, de extracción de gas natural. Tan peligrosa que Estados como Irlanda, Canadá o Francia la han prohibido y Australia, Bulgaria o Sudáfrica ha establecido una moratoria. Consiste en fracturar las rocas a gran profundidad -entre dos y cinco kilómetros- mediante la inyección de grandes depósitos de agua y de arena con diversos productos biotóxicos. Las grandes empresas que emplean la técnica se niegan a concretar la composición de los mismos, pero lo cierto es que de los miles de litros de agua usados, sólo se recuperan entre el 50% y el 70%. El resto se queda depositada en el subsuelo y puede afectar a los acuíferos. Algunos países incluso han detectado efectos sísmicos debido la esta manera de extraer gas.
Apostar por esta controvertida técnica, cuestionada por técnicos, ecologistas y científicos, supone, en palabras de Antón Sánchez, “una marcha atrás en el camino de las energías renovables”. La vía de los combustibles fósiles, que las grandes compañías eléctricas parecen defender al valerse del fracking, significa, concluye Sánchez, “un intento de prolongar el pasado en vez de encarar el futuro”.