Energía: la Argentina puede ser ganadora

El país puede aprovechar el boom de los hidrocarburos no convencionales, con mejores políticas sectoriales y escenario más calmo.

Por Felipe De La Balze (Economista y negociador internacional)

La revolución tecnológica en los mercados energéticos mundiales impacta de lleno en la economía mundial, creando ganadores y perdedores.
La Argentina está en el grupo de países potencialmente ganadores.
Nuestro país cuenta con reservas importantes de hidrocarburos “no convencionales” (shale oil y gas).
Con buenas políticas y estabilidad jurídica podríamos recuperar la independencia energética perdida.
La expansión petrolera y gasífera tendría consecuencias económicas positivas sobre el crecimiento, la inversión, las cuentas fiscales, la balanza comercial y el empleo. Una parte sustantiva de los beneficios económicos se concentraría en las provincias donde están localizados los yacimientos (Neuquén y las demás provincias patagónicas, Mendoza y la región del Noroeste). Habría a su vez importantes efectos derrame sobre el resto de la economía.
Aquellos que dudan de la capacidad del mercado y del sistema de precios para transformar la realidad deberían prestar más atención a lo que sucedió en el mundo de la energía durante los últimos años. La violenta suba de los precios del petróleo durante la década pasada fue devastadora para el consumidor norteamericano y también para las industrias intensivas en el uso de energía. Los altos costos generaron un fuerte incentivo a la introducción de innovaciones tecnológicas. Nuevas técnicas, en particular la “fractura hidráulica” y la “perforación horizontal”, han incrementado la capacidad de la industria para extraer hidrocarburos de formaciones geológicas que antes no ofrecían ningún potencial productivo.
La revolución tecnológica se inició en EE.UU. y ahora se extiende velozmente al resto del planeta. Durante los últimos cinco años, el desarrollo del gas natural de esquisto (shale) en los Estados Unidos incrementó la producción de gas natural a niveles desconocidos.
Esto generó un derrumbe en los precios hasta alcanzar los niveles más bajos de los últimos 30 años.
La baja en los precios benefició a los consumidores norteamericanos que usan el gas natural para calentar sus casas y hacer funcionar sus cocinas. Además, es enormemente beneficioso para el sector de la generación eléctrica, que comenzó a sustituir el carbón y los derivados del petróleo (más caros y más contaminantes) por el gas natural (más barato y menos contaminante).
También está en marcha un “resurgimiento industrial” de los sectores que utilizan la energía intensamente en su matriz productiva.
En la economía mundial, las consecuencias también son relevantes. Primero, el petróleo y el gas mantendrán su primacía como fuente de energía durante las próximas décadas.
La adicción mundial a los hidrocarburos no llegará a su fin como resultado de una genuina escasez.
Segundo, gradualmente, el petróleo y el gas “no convencional” se convertirán en “convencional” y nuevas áreas geológicas y geográficas aún no explotadas se incorporarán gradualmente a la frontera de producción. La industria petrolera mundial pasará de ser una industria de extracción, transporte y distribución, a transformarse en un negocio cuasi-manufacturero con un alto contenido de innovación tecnológica.
Tercero, la era de la energía barata y de alta volatilidad en los precios llegará a su fin. Sin duda, los costos de extracción del petróleo y el gas serán más altos que en el pasado. Pero la disponibilidad de los hidrocarburos a precios razonables y relativamente estables parecería estar asegurada.
En la Argentina dispondríamos de petróleo y gas natural a precios competitivos por muchos años, lo que promoverá el crecimiento económico y beneficiará a los sectores que utilizan intensivamente la energía en su matriz productiva.
En particular, la generación eléctrica, el transporte, la agricultura, la minería y los sectores industriales en los que la energía representa una porción significativa de sus costos totales (más del 10%), como el cemento, el vidrio, la siderurgia, la pulpa y papel, el aluminio, los fertilizantes, la química y la petroquímica. A su vez las industrias usuarias de estos insumos como la metalurgia, el plástico, la construcción y el embalaje mejorarán su competitividad.
La disponibilidad de energía a precios razonables permitirá concretar proyectos de inversión a largo plazo y será un incentivo para que empresarios nacionales y empresas multinacionales elijan a la Argentina como destino de nuevas inversiones que generen empleos, nuevos ingresos y mayor recaudación fiscal.
El mayor impacto sobre el empleo será al nivel provincial en las regiones donde se expanda la nueva actividad. A su vez, se generan indirectamente nuevos empleos en las industrias intensivas en uso de energía y en los sectores proveedores de bienes, equipos y servicios al sector de los hidrocarburos.
YPF anunció recientemente que planea incrementar 10.000 personas a su plantel durante los próximos cinco años. Los efectos finales sobre la demanda de empleo -directo e indirecto- no se pueden aún estimar, pero serán significativos (en los Estados Unidos el boom de los hidrocarburos “no convencionales” podría generar 1 millón de nuevos puestos de trabajo durante los próximos diez años).
El incremento en la producción de petróleo y gas natural mejorará los resultados de nuestra balanza comercial y fortalecerá la balanza de pagos.
Las importaciones de energía representan casi el 20% de las importaciones totales del país. El boom energético podría sustituir dichas importaciones (en particular el carísimo gas natural líquido importado en la actualidad de ultramar) y quizás volver a transformarnos en un importante exportador regional de gas natural a Chile, al Uruguay y al sur de Brasil y un exportador de derivados del petróleo al mercado mundial.
Las consecuencias de un potencial boom petrolero en la Argentina serían muy positivas. Lo que falta es estabilidad jurídica, buenas políticas sectoriales y un clima de mayor concordia.
Clarin