En el reciente mensaje de Cristina Kirchner a la Asamblea Legislativa hubo una omisión inesperada: YPF y la hazaña de la “soberanía hidrocarburífera”. La explicación más obvia de ese silencio es que las promesas que la llevaron a confiscar las acciones de Repsol permanecen incumplidas.
Por Carlos Pagni
En un mes se conmemorará el primer aniversario de la saga, pero de la galera del “Mago” Miguel Galucciosigue sin salir conejo alguno. Llega la campaña electoral sin que el kirchnerismo haya convertido en buena noticia su intervención más audaz en el campo empresarial. Es un problema.
Galuccio convenció a la Presidenta de que sus frustrantes prestaciones se deben a que sigue abierto el conflicto con Repsol. Ella ordenó iniciar conversaciones con esa empresa y pidió un resultado para el último diciembre. Como la demora la ha puesto muy ansiosa, la máquina de echar humo instalada en YPF difundió que el acuerdo estaba hecho. De paso hizo subir la acción, para alegría de algún pícaro.
El viernes pasado Repsol informó a la Comisión de Valores de España que no hubo pacto ni existen negociaciones. Admite, es cierto, “contactos oficiosos”. Y los saluda como una señal de que el Gobierno reconoce que está en deuda. Aclara, eso sí, que insistirá en la vía judicial.
Sería una exageración decir que las autoridades de YPF volvieron a engañar a la Presidenta. Sólo divulgaron un malentendido. El pacto con Repsol fue, en realidad, el pacto con un accionista de Repsol. Se trata de Caixabank, que controla el 12,53% de las acciones de la petrolera y está al mando de Isidro Fainé. Este empresario es el líder del mayor conglomerado industrial español: La Caixa. Fainé viene discutiendo con el gobierno argentino, a través del embajador en Madrid, Carlos Bettini, la posibilidad de cerrar el entredicho por YPF. La última puntada de ese tejido fue la entrevista que el poderoso catalán mantuvo con Cristina Kirchner el 23 de febrero pasado, en Olivos.
Fainé volvió a España convencido de las ventajas del acuerdo. Sin embargo, para volverlo realidad deberá doblegar a su eterno rival, Antonio Brufau, presidente de Repsol. Brufau rechaza la receta de su principal accionista.
Las expectativas de la señora de Kirchner y el destino de la gestión de Galuccio dependen de cómo termine la pulseada entre estos dos catalanes. Es un duelo entre la impulsividad de Brufau y la sofisticación florentina de Fainé. La visión de Fainé sobre la cruzada de Brufau contra el kirchnerismo está determinada por otros intereses de La Caixa en la Argentina. Fainé es vicepresidente de Repsol, pero también de Telefónica, donde su grupo es el segundo accionista. La Caixa es, además, el socio principal de Gas Natural Fenosa. Esta diversidad, que multiplica los riesgos, ayudada por una personalidad muy empática, induce a Fainé buscar una conciliación con la Presidenta.
Brufau, en cambio, está enardecido con el gobierno argentino. Creyó que al regalar el 25% de YPF a la familia Eskenazi había sellado una alianza tan sólida con la Presidenta que le permitiría girar a España el 90% de la renta de la empresa. La confiscación fue para él una estafa personal y quiere vindicarse: sólo pactaría con un nuevo gobierno.
La divergencia entre Fainé y Brufau ya estalló. Gas Natural Fenosa fue invitada a participar en una licitación para proveer gas a la Argentina. Los directores de La Caixa, que dominan el 35% de la empresa, decidieron participar. Pero los de Repsol, que controlan el 24%, se negaron arguyendo: “No debemos ayudar a resolver su crisis energética a un gobierno que nos ha robado”. Se impuso la posición de La Caixa, es decir, de Fainé: Gas Natural acordó con YPF el despacho de 24 buques metaneros por US$ 1100 millones. Entre los que votaron a favor del kirchnerismo hubo un director ilustre: Felipe González, íntimo amigo de Fainé. Y de Bettini.
Para Brufau el pacto fue humillante. Sobre todo porque es el vicepresidente de la gasífera. ¿Habrá sido por ese enojo que Repsol acaba de vender su división de gas natural licuado a Shell y no a Gas Natural Fenosa, de la que forma parte? Con la liquidación de esos activos, Brufau pretende demostrar ante el mercado que la compañía sigue siendo atractiva a pesar de haber perdido el 40% de sus reservas por la expropiación de YPF. Con la venta a Shell, Repsol capturó US$ 6650 millones. El lunes pasado ingresaron otros 1400 millones por la transferencia del 5% de su paquete accionario a Temasek, el fondo soberano de Singapur.
Al conseguir que las calificadoras de riesgo no conviertan los papeles de Repsol en bonos basura, Brufau atenúa la urgencia de un acuerdo por YPF. Pero accionistas como Fainé creen que con ese pacto ingresarían a una compañía creada ad hoc con los recursos de gas y petróleo no convencional de YPF, que incluirían yacimientos de gran calidad como Loma La Lata, Bajada de Añelo y El Orejano. El 50% de esa firma sería del Estado argentino, el 30%, de inversores internacionales y el 20%, de Repsol.
El precio de la compensación
Para fijar un precio a esa compensación, Fainé pidió un dictamen al Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, equivalente español del IAE. Después de una consulta con 2042 profesionales de 42 países, el profesor Pablo Fernández dictaminó que el 51% de las acciones expropiadas por Cristina Kirchner vale US$ 10.270 millones. De la tasación participaron 32 expertos argentinos y fue presentada el lunes pasado en la London School of Economics.
El reclamo español contrasta con la ensoñación de Axel Kicillof: Repsol debería pagar a la Argentina. Pero la voz de Kicillof es mucho menos resonante en estos días. Bastante alejado de la Presidenta, debe someter sus propuestas a Eduardo De Pedro, el numen intelectual de La Cámpora y del estilizado Máximo Kirchner.
Fainé propondrá a los demás accionistas elegir entre la recuperación de esos activos o el largo juicio neoyorquino que les ofrece Brufau. Debe conseguir el voto de la estatal mexicana Pemex, que controla el 9,43% de Repsol. Tal vez apele a la influencia de Carlos Slim sobre el gobierno de Enrique Peña Nieto: La Caixa participa del 20% de Inbursa, la financiera del hombre más rico del mundo. Slim tiene sus propios motivos para ayudar a un acuerdo: los Eskenazi, que eran sus deudores, lo dejaron con el clavo del 8,4% de la YPF estatizada. El entusiasmo de los Slim por la Argentina tiende a cero: “Es un país previsible. Allá nunca se consiguen dólares”, explicó la semana pasada al Financial Times.
Para Fainé va a ser más difícil alinear a Sacyr, que posee el 9,73% de Repsol. El representante de esa constructora, Juan Abelló, un enemigo de Brufau, acaba de retirarse del negocio y, por lo tanto, del directorio de la petrolera. Brufau podría contar también con el respaldo de Temasek.
El combate entre Fainé y Brufau se celebraría en la primera quincena de mayo, cuando Repsol reúna a su junta de accionistas para discutir el acuerdo con el kirchnerismo. La política energética de la Presidenta y la suerte de Galuccio dependen de que Fainé gane esa asamblea. Brufau, entonces, entregaría su cabeza. Eso sí: a cambio deberán pagarle 50 millones de euros, que es el precio de salida que figura en su contrato.
Sólo con un acuerdo con Repsol Galuccio podría seducir a algún inversor internacional. También hará falta que aclare las reglas de juego para los que ingresen en el negocio. Desde su estatización, YPF ha ido adoptando el modelo Pdvsa, donde el gobierno venezolano tiene una influencia inapelable, y la contabilidad no se distingue del presupuesto del Estado. Galuccio certificó ese aire de familia sumándose al luto de Pdvsa con un aviso fúnebre en memoria de Hugo Chávez.
Las empresas estatales no están condenadas a adoptar una receta populista. La noruega Statoil, la colombiana Ecopetrol o QatarGas pertenecen al sector público y son administradas con profesionalismo y espíritu competitivo.
Pero la historia está sembrada de paradojas. La semana pasada se conoció una decisión histórica: el PRI aprobó por iniciativa de Peña Nieto la desregulación del mercado petrolero mexicano. Que Pemex sea despojada de su monopolio entraña una revisión doctrinaria que se remonta a Lázaro Cárdenas, el padre de la ideología petrolera que el nacionalismo estatizante de América latina llora en Chávez. Éste es el contraste frente al cual, tarde o temprano, se deberá definir Galuccio.
La Nacion