Hace un año, Cristina de Kirchner anunciaba la expropiación del 51% de YPF a Repsol. Estaba todo pensado. El anuncio fue entre aplausos y ovaciones. Las provincias, seducidas con una participación accionaria. En la teleología kirchnerista, a YPF se le reservó un lugar especial: la estatización de la mayor empresa del país -símbolo de un pasado de riqueza- coronaba la “vuelta del Estado”. Lo de antes, desde Aerolíneas Argentinas a servicios públicos y los fondos de pensiones, eran cosas menores.
Por Pierpaolo Barbieri
Las reservas de la empresa en dólares e hidrocarburos han bajado y la cotización cayó más de un 35%. El equipo de gestión es hábil, empezando por el presidente, Miguel Galluccio. Pero Galluccio no puede desafiar la gravedad: como en cualquier empresa, el aumento de la producción requiere inversión. Lograr la revolución energética que hoy se vive en Estados Unidos (y que se empieza a ver en México) exige dinero, tecnología y tiempo. Al kirchnerismo le falta lo primero, ha bloqueado lo segundo, y teme lo tercero.
Será porque la ideología no da resultados económicos: la producción no mejora. Axel Kicillof, el economista favorito de la Presidenta, prometía en 2012 en el Senado un auge productivo. En el primer bimestre de 2013, la producción de gas cayó 3,5% y la de petróleo un 2,7%. Quizá Kicillof intente ahora culpar a Europa, como lo hace para explicar la estanflación de la economía. Las excusas se quedan cortas.
A diferencia de las democracias verdaderas, los líderes autoritarios nunca pueden admitir errores, a riesgo de dejar en evidencia que no son omnipotentes. Pero a un año de la gesta épica, se impone la realidad. Nada estaba pensado.
Clarin