Luces y sombras en el futuro gasífero del país

POR DANIEL MONTAMAT EX SECRETARIO DE ENERGÍA Y EX PRESIDENTE DE YPF

La explotación del gas no convencional es incipiente y promisoria en la Argentina. Obtener las necesarias inversiones para su desarrollo requiere cambios en la política energética para permitir la recuperación de un impulso sectorial del que depende la posibilidad del autoabastecimiento.

La explotación del gas no convencional es incipiente en la Argentina, que hoy importa el 25% de sus necesidades de consumo, pero representa un cuarto de la producción de Estados Unidos, que gracias a eso ha recuperado el autoabastecimiento gasífero. Mientras el país del Norte debate la posibilidad de abrir su potencial a las oportunidades que ofrece el mercado externo, nuestro país enfrenta el desafío de abrir su potencial a las ingentes inversiones que requerirá su desarrollo. Del shale de Estados Unidos depende la internacionalización del mercado de gas natural, del desarrollo del shale argentino depende la posibilidad de volver a autoabastecernos.

¿Por qué el gas natural se comercializa en Asia a alrededor de 20 dólares la unidad técnica (millón de BTU), en Europa en el entorno de 12 dólares, y en Estados Unidos a 3.5 dólares?

Porque las transacciones gasíferas son regionales y todavía no hay un mercado mundial, que, como en el caso del carbón mineral y del petróleo, permita tener precios de referencia internacional. Hoy en día los precios de gas regionales de Asia, Europa y Latinoamérica toman como referencia los precios del petróleo que el gas sustituye, mientras en los de Estados Unidos la cotización Henri Hub sigue el costo marginal de producir ese gas nuevo que les ha permitido volver a autoabastecerse. El precio de ese gas de esquisto llegó a los 12 dólares por millón de BTU en 2008 y bajó a 2 dólares el año pasado. El costo de la licuefacción del gas (enfriarlo y transformarlo en líquido), el transporte por barco y la regasificación en destino es de alrededor de 5 dólares el millón de BTU.

Si los productores americanos pudieran acceder al negocio de oportunidad que hoy les ofrece el mercado externo podrían colocar el producto a alrededor de 10 dólares el millón de BTU.

La irrupción de crecientes exportaciones americanas de GNL a Europa, Asia y Latinoamérica (Argentina incluida) facilitaría la consolidación de un mercado mundial de gas natural con precios de referencia internacional que seguirán los costos del gas más caro de producir para suplir la demanda mundial.

Es la gran oportunidad de trasladar la revolución del shale gas, hasta ahora circunscripta a las fronteras de Estados Unidos, a escala global. El crecimiento del mercado mundial de gas natural permite una sustitución intrafósil menos contaminante (más gas, menos carbón y petróleo), y su desarrollo promueve el avance de la nueva frontera tecnológica que abrieron los no convencionales en otras geologías. Los productores de gas de Estados Unidos pujan por aprovechar la oportunidad comercial que se les ofrece y quieren obtener licencias para empezar a transformar las plantas planificadas años antes para importar GNL, en unidades de licuefacción para exportar. Pero en el horizonte aparecen fuegos cruzados que pueden complicar el negocio en Estados Unidos y frenar las posibilidades de desarrollo en otros países como el nuestro.

Por un lado, crecen las presiones ambientalistas sobre el uso de agua, la filtración de los acuíferos, la estimulación hidráulica y el uso de aditivos. Hay respuestas técnicas que dependen de la zona. A mayores exigencias mayores costos. Por otro lado está el interés de los consumidores domésticos, en especial las petroquímicas que usan el gas como insumo.

Ambos quieren acotar la oferta a las necesidades del mercado doméstico y frenar las exportaciones para aprovechar las ventajas temporales de los precios bajos. El discurso de la “seguridad energética nacional” se mezcla con la defensa de intereses sectoriales, sin reparar que la pérdida de oportunidades externas para el gas americano puede terminar conspirando contra la producción doméstica y los precios internos.

Por último, pero no menos importante, están los intereses de Wall Street en el nuevo negocio, tratando de maximizar beneficios de corto plazo, exacerbando expectativas de reservas y producción y apalancando proyectos con costos crecientes que no pagan los precios actuales. A no engañarse, la tasa de recuperación de reservas en estas nuevas explotaciones es muy baja respecto a las convencionales, y la energía recuperada por unidad de energía invertida es mucho menor: 5 a 1 en el no convencional, contra 10 a 1 en el convencional.

Si los fuegos cruzados paralizan la revolución del shale en Estados Unidos, la Argentina tendrá un doble perjuicio: por un lado, tendrá que comprar gas más caro para satisfacer el déficit de producción nacional causado por la política fallida de estos últimos 10 años; por otro, tendrá una curva de aprendizaje más larga a recorrer para explotar su potencial. Razones más que suficientes para apresurar los cambios de política energética que permitan recuperar la inversión sectorial.

Clarín