La desinformación es hoy el arma preferida para generar dudas sobre temas ambientales espinosos. Usinas financiadas por intereses corporativos y políticos tapan los hechos para manipular a la opinión pública. Quiénes son y cómo trabajan los científicos que niegan las evidencias y dividen a la comunidad científica global con sus falsas verdades
Por Alejandra Folgarait.- Una nueva clase de escépticos pugna por hacerse escuchar en todo el mundo. Ataviados con argumentaciones vistosas, científicos de renombre se dedican a negar evidencias molestas -como la que vincula al cambio climático con las actividades industriales-y hacen valer sus opiniones como si fueran certezas. En buen criollo: fomentan falsas controversias científicas con el objetivo de llevar agua para su molino o para el molino de los intereses que representan.
El accionar de los nuevos escépticos se ha tornado evidente a partir de las discusiones sobre el cambio climático. Ante la catarata de estudios que prueban la responsabilidad humana en el aumento de la temperatura global y en el incremento de fenómenos climáticos extremos, como huracanes y sequías, los científicos escépticos generan sospechas de todo tipo. Pueden poner en duda un dato aislado -como el derretimiento de un glaciar en el año 2035- o invalidar toda la teoría sobre las causas humanas del cambio climático. En última instancia, el objetivo de estos mercaderes del conocimiento es crear titubeos entre quienes deben frenar el cambio climático, ya sean gobiernos o ciudadanos de a pie.
Pero la novedad hoy no es sólo el hecho nefasto de que haya científicos dispuestos a distorsionar la verdad e intereses económicos que les pagan por ello, sino que empiezan a ser desenmascarados.
Un libro que acaba de publicarse en EE.UU., Merchants of doubt (Mercaderes de la duda), escrito por los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes, de la Universidad de California en San Diego, y Erik Conway, del Instituto Tecnológico de California, puso por primera vez en blanco sobre negro cómo funciona la usina de desinformación científica financiada por lobbys cercanos a las corporaciones de hidrocarburos.
En sintonía con esa voluntad de frenar el persistente trabajo de desinformación que pone en peligro al planeta, el 7 de mayo pasado alrededor de 300 investigadores de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos enviaron una carta abierta a la prestigiosa revista Science para quejarse de las “amenazas macartistas” de los que niegan el cambio climático.
Y como para que quede claro que no se habla de deslices menores, un informe publicado por Greenpeace en marzo pasado reveló que el segundo grupo industrial más poderoso de los Estados Unidos -las poco conocidas “Industrias Koch”- entregó, entre 2005 y 2008, casi 25 millones de dólares a 40 fundaciones negadoras del cambio climático.
Detrás de los lobbies
El diplomático argentino Raúl Estrada Oyuela -quien lideró durante años las negociaciones internacionales sobre cambio climático- habla sin eufemismos de estas conexiones non sanctas. Según el embajador, en la década del 90 funcionó en los Estados Unidos la Global Climate Coalition, una organización financiada por las más importantes empresas petroleras y energéticas para oponerse a la reducción de las emisiones de gases de invernadero. Desde esa coalición, dice el presidente de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente, se financiaban estudios para anular las evidencias científicas sobre el cambio climático, entre otras cosas. “Se sabe incluso que se premiaba con 10.000 dólares cada artículo de prensa contra el cambio climático”, revela.
El libro de Oreskes y Conway demuestra que algunos de los científicos que hoy reniegan del calentamiento global participaron antes en polémicas referidas a los efectos del tabaco, la lluvia ácida y el agujero de ozono. Y van más allá: dan nombres.
“Descubrimos que hay varios científicos englobados en think tanks partidarios del fundamentalismo del libre mercado, que se oponen a la regulación gubernamental porque temen que sea una puerta para el socialismo”, confirma Oreskes a Enfoques. Oreskes y Conway bautizaron a estos científicos como los “mercaderes de la duda”, ya que son especialistas en generar polémicas allí donde no las hay; expertos en utilizar la ciencia contra la ciencia.
El anuncio de que la administración Obama controlará a partir de 2011 la emisión de gases de invernadero que producen las industrias basadas en el carbón disparó últimamente las ansiedades de los escépticos del cambio climático.
Congregados en fundaciones conservadoras -como los institutos Marshall, Cato, Heartland y la Heritage Foundaation-, los negadores del cambio climático destinan cada vez más dinero y esfuerzos para imponer su escepticismo. Seminarios para periodistas y funcionarios, artículos en los medios, informes con datos, gráficos y curvas, financiación de estudios realizados en laboratorios: todo vale para evitar que se establezcan normas que regulen el mercado de la energía.
Los ataques de los escépticos contra los científicos del otro bando -el mayoritario, vale aclarar: aunque hay científicos entrenados para vender oro por baratijas, la mayoría lucha para lo contrario- llegaron a un punto tal que despertaron la indignación de numerosas asociaciones científicas en los últimos tiempos; la más reciente, la mencionada carta de los científicos a la revista Science .
Según los autores de Merchants of doubt, físicos de renombre como Fred Singer, Fred Seitz, William Nierenberg y Robert Jastrow, todos del Marshall Institute, aparecen envueltos en campañas para negar las evidencias científicas ligadas no sólo al calentamiento planetario sino también a la lluvia ácida, al agujero de ozono y al efecto dañino de los cigarrillos.
El Instituto Marshall salió este mes a respaldar a sus científicos, acusando a Oreskes y Conway de querer generar pánico en el público. Pero difícilmente el think tank conservador pueda neutralizar las abultadas pruebas presentadas en contra de Steitz, Nierenberg y Jastrow. Como diría Sigmund Freud, los negadores del cambio climático no hacen más que subrayar aquello que quieren mantener reprimido: que el cambio climático existe y que está causado, principalmente, por el consumo excesivo de carbón y petróleo.
La creación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) en 1988 -un comité internacional que reúne a 2500 científicos del clima para elaborar periódicos informes sobre el aumento de la temperatura global y sus consecuencias- fue un hito en la historia de la defensa del ambiente. Pero marcó también el surgimiento de fuertes lobbies para refutar todo estudio científico que confirmara la vinculación entre el uso de combustibles fósiles y el aumento de la temperatura global.
Estos grupos de presión pronto comenzaron a financiar investigaciones científicas para contar con evidencias a su favor. Y no dejaron nunca de influir en forma directa o solapada sobre los representantes de los gobiernos para que no regularan la operación de las industrias contaminantes de la atmósfera.
Aunque la coalición formal se desactivó en el año 2002, los esfuerzos de los negadores de la evidencia del cambio climático no cejaron. Por ejemplo, el geólogo Timothy Patterson, profesor de Paleoclimatología en la Universidad Carleton, Canadá, lidera hoy a un centenar de científicos que niega la influencia humana en el cambio climático. En todos los foros a su alcance, ellos alegan que los cambios del clima son naturales, que el calentamiento global es producto de una anormal actividad del sol y que los expertos del IPCC no son capaces de pronosticar lo que ocurrirá en las próximas décadas.
Las campañas para generar incertidumbre en el público parecen estar dando resultados. Una encuesta de la BBC mostró en febrero pasado que sólo el 26% de los británicos cree hoy que el cambio climático está generado principalmente por el ser humano, lo que representa una disminución respecto del 41% que apoyaba esta idea en noviembre de 2009. Algo similar ocurre en los Estados Unidos, donde una encuesta realizada por Gallup en marzo pasado reveló que el 48% de los norteamericanos piensa que “la gravedad del cambio climático ha sido exagerada”.
Para desactivar las bombas de estruendo que arman los negadores, bastaría mostrar las señales del cambio climático aquí, allá y en todas partes. Sin embargo, los interesados en continuar con los actuales niveles de consumo y con la industria basada en el petróleo siguen practicando el juego de la suspicacia. Y muchas veces ganan las primeras planas mundiales con sus declaraciones altisonantes.
Eso fue lo que ocurrió en diciembre pasado, durante la Conferencia mundial sobre Cambio Climático realizada en Copenhague. En una pirueta digna de un circo, los que criticaban al sistema industrial por producir un exceso de gases de invernadero terminaron siendo investigados por presunta corrupción.
Un par de semanas antes de que comenzaran las discusiones en Copenhague, salieron a la luz correos electrónicos de un climatólogo de la Universidad de East Anglia, Gran Bretaña, en los que se sugerían cambios en la presentación “oficial” de los datos sobre cambio climático. Con esos correos hackeados, se armó una campaña para sembrar dudas sobre la integridad de los expertos del IPCC y, por lo tanto, de sus conclusiones.
El llamado “Climagate” generó entonces un furor mediático. A la distancia, puede decirse que fue mucho ruido y pocas nueces, ya que las acusaciones no tenían asidero. Pero el fomento de las dudas sobre el cambio climático llegó a tal punto que instituciones prestigiosas, como la Organización Meteorológica de los Estados Unidos y la Asociación Norteamericana para el Avance de las Ciencias (AAAS), tuvieron que salir a respaldar a los especialistas en cambio climático del IPCC.
Por su parte, el asesor de Tony Blair en temas científicos, Sir David King, sugirió que el hackeo de los mails de los climatólogos británicos había sido “una operación de una agencia de inteligencia extranjera que trabajó para un gobierno o para los lobbistas anticlima de los Estados Unidos”, según publicó el diario The Independent .
La magnitud de las operaciones para hundir a los partidarios del cambio climático es tan grande que muchos científicos prefieren no hablar sobre la cuestión. “Los escépticos entraron en una fase ofensiva que no excluye las prácticas desleales dirigidas más a las personas que a las ideas”, afirma un climatólogo local, que pide no revelar su nombre.
Conexiones non sanctas
Como sea, ahora se sabe que las operaciones de desinformación financiadas por los lobbies tienen un alcance insospechado. La investigación de Greenpeace sobre grupo Koch y esos 25 millones de dólares destinados -sólo en tres años- a desmentir las evidencias científicas parecen ser sólo la punta del iceberg.
El grupo Koch se inició en los negocios petroleros en la década del 20, pero hoy se ha diversificado en múltiples áreas, hasta convertirse en una multinacional con una facturación que rondó los 100.000 millones de dólares en 2008. Con un bajísimo perfil que los había mantenido al margen de los escándalos hasta ahora, los multimillonarios hermanos Charles y David Koch han dedicado parte de su fortuna -la novena de los Estados Unidos, según la revista Forbes – a financiar a organizaciones que se oponen a la regulación estatal de las industrias. Según Greenpeace, el grupo Koch ya dejó atrás a otros legendarios lobbistas anticlima, como el Instituto Norteamericano del Petróleo, Exxon-Mobil y Chevron.
El economista Jeffrey D. Sachs es categórico: “Se han exagerado los desacuerdos científicos para detener las acciones dirigidas a controlar el cambio climático, y sectores con intereses, como Exxon-Mobil, los financian”. Sachs no se priva de acusar al diario The Washington Post por funcionar como órgano de difusión de las pretendidas controversias.
Más allá de las teorías conspirativas a que son tan afectos los ambientalistas, el desenmascaramiento de científicos especialmente contratados para negar las evidencias del cambio climático -entre otros temas espinosos- está causando una revolución en la granja. Y empieza a ser reflejado en numerosas publicaciones, desde la muy científica Nature hasta el diario The New York Times .
Según Naomi Oreskes, no hay ninguna justificación para continuar dudando sobre la influencia humana en el cambio climático global. Tampoco hay razones para poner en tela de juicio los efectos dañinos del tabaco en quienes fuman y en quienes absorben el humo de segunda mano. Ni hay por qué desconfiar de la conexión entre ciertos gases y el agujero de ozono. Todo eso ya ha sido probado. Y, sin embargo, los recelos continúan.
¿Por qué algunos prestigiosos científicos se convierten en mercaderes del conocimiento? Algunos deslizan que es por dinero y, para probarlo, muestran las abultadas facturas que cobran algunos consultores científicos para dar conferencias o realizar investigaciones. Otros apuntan al deseo de estar en el candelero mediático o a la ideología más conservadora de los escépticos. Lo cierto es que, gracias a las campañas de los científicos negadores, hay quienes aún dudan de la gravedad del cambio climático y -para peor- obligan al resto a permanecer sentados mientras el planeta se recalienta.
La Nación