Así lo revela el análisis de muestras de piel y grasa
Por Fabiola Czubaj.- El resultado sorprendió a los investigadores. No habían imaginado que en aguas protegidas, como las que rodean a las islas Galápagos, hallarían indicios de contaminación ambiental hasta seis veces más altos que en otros sitios.
Así lo delataron las biopsias y otros análisis de las muestras de piel y grasa de 234 cachalotes, las ballenas dentadas más grandes de los océanos, obtenidas en cinco sitios del Pacífico durante dos años de viaje del buque científico Odyssey.
La longevidad de estos cetáceos (viven hasta 70 años) los vuelve muy atractivos para conocer el estado de esas enormes masas de agua.
“Los cachalotes pueden ser importantes centinelas de la salud de los océanos porque son carnívoros y, probablemente, acumulan y magnifican sustancias contaminantes, ya que son enormes y longevos -precisó el doctor Luciano Valenzuela, coautor del estudio, a través de un comunicado del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB)-. Además, tienen distribución global, pero las hembras y los juveniles tienden a quedarse dentro de un rango de 1000 km, lo que nos permite obtener más información sobre regiones oceánicas específicas.”
Estudiar la contaminación marina, que afecta directamente la salud de las ballenas y el resto de las especies, es un trabajo difícil por la enorme variedad de sustancias dispersas en tanta cantidad de agua. La mejor oportunidad para un primer paso -en el Océano Pacífico- la dio el viaje del buque Odyssey, de la Ocean Alliance y el Whale Conservation Institute (WCI), de los EE.UU. La representación del WCI en la Argentina es el ICB, al que pertenece Valenzuela.
Durante dos años a bordo del Odyssey, científicos de distintos países obtuvieron muestras de cetáceos de todos los océanos con ayuda de un dispositivo similar a una ballesta y que, a la distancia, permite extraer como con un “sacabocado” una pequeña muestra de piel y grasa de los animales mientras nadan, sin molestarlos ni causarles daño alguno.
Ya en distintos laboratorios de los nueve centros académicos y científicos que participaron en el estudio publicado en Environmental Health Perspectives , los expertos se concentraron en las muestras de los 234 ejemplares machos y hembras que residen en cinco puntos del Pacífico: el Golfo de California (México), las islas Galápagos (Ecuador), Kiribati, el cruce del Pacífico (aguas entre las Galápagos y Kiribati) y Papúa Nueva Guinea.
Midieron entonces los niveles de una enzima, la CYP1A1, que metaboliza ciertos hidrocarburos aromáticos y contaminantes orgánicos, como el pesticida DDT. Esos hidrocarburos se encuentran en la naturaleza, pero en bajas concentraciones; también los libera el fondo del océano.
Pero cuando esas concentraciones son altas, especialmente cerca de los continentes, lo que se mide es la acción humana (con actividades como la fabricación de plástico o la explotación de petróleo).
“Se sabe que cuanto mayor es la exposición a esos hidrocarburos, mayor será la expresión de la enzima CYP1A1 en el organismo -explicó Valenzuela a La Nacion por vía telefónica desde la Universidad de Utah (EE.UU.), donde es investigador posdoctoral del Departamento de Biología-. Muchos contaminantes sintéticos son hidrocarburos aromáticos y pueden producir mutaciones genéticas y cáncer.”
El equipo, formado por 17 coautores de cinco países (la Argentina, EE.UU., Italia, Sudáfrica y México), halló que la cantidad de enzimas CYP1A1 en las muestras de los cachalotes de las Galápagos era dos veces más alta que en las de los animales del Golfo de California. Le seguían las muestras de las islas Papúa Nueva Guinea, el cruce del Pacífico y Kiribati. “En promedio, las muestras individuales tenían hasta seis veces más expresión de la enzima que el nivel considerado normal”, indicó Valenzuela.
Y haber encontrado contaminación en todas las áreas relevadas demuestra, para el investigador, que “estamos haciendo algo con la contaminación porque está llegando a todos lados. Este primer resultado abre una línea base de conocimiento para seguir trabajando y comparar los resultados con otros océanos y especies”.
Para el doctor Mariano Sironi, director científico del ICB, la participación de un investigador argentino en esta megainvestigación destaca “la importancia del trabajo científico aplicado a la conservación que las ONG realizamos en nuestro país”.
Sobre el estudio, opinó que lo más interesante es la novedad del enfoque utilizado para llevarlo adelante. “Utiliza métodos que permitirán continuar monitoreando el estado de salud del ambiente marino en gran escala a través del estudio de una de sus especies más emblemáticas y ecológicamente interesantes, como es el cachalote -precisó-. Además, demuestra la relevancia del trabajo cooperativo entre científicos de varios países en el momento de encarar proyectos de esta magnitud.”
Y esto tiene beneficios por partida doble: para el conocimiento y, también, para la conservación marina. “En definitiva, para todos”, finalizó Sironi.
La Nación