PAUL KRUGMAN | DESDE NUEVA YORK
La historia de la tecnología ha estado dominada a lo largo de las décadas, en la mente colectiva y en gran medida en la realidad, por la computación y las cosas que se pueden hacer con ella. La ley de Moore -en la cual el precio del poder informático desciende casi 50 por ciento cada 18 meses- ha impulsado una gama de aplicaciones en continuo crecimiento, desde faxes hasta Facebook.
Nuestro dominio del mundo material, por otra parte, ha avanzado mucho más lentamente. Las fuentes de energía, la manera en que desplazamos objetos, son muy similares a lo que eran hace una generación atrás.
Sin embargo, eso pudiera estar a punto de cambiar. Estamos, o cuando menos deberíamos estar, en la cúspide de la transformación de energía, impulsada por la acelerada caída del costo de la energía solar. Así es, la energía solar.
Si esto lo toma por sorpresa, si usted aún piensa en la energía solar como algo similar a una fantasía hippie, responsabilice a nuestro fosilizado sistema político, en el cual los productores de combustible fósil tienen tanto poderosos aliados políticos como una poderosa maquinaria propagandística que denigra las alternativas.
Hablando de propaganda: antes de que me ponga solar, hablemos brevemente de la fractura hidráulica, también conocida como fracking.
El fracking, la inyección de fluido a alta presión dentro de rocas internadas en la profundidad subterránea, induciendo la liberación de combustibles fósiles, es una tecnología impresionante. Sin embargo, es también una tecnología que impone grandes costos a la población general. Sabemos que produce agua residual (y radiactiva) que contamina el agua potable; hay razón para sospechar, pese a las negaciones de la industria, que también contamina los mantos freáticos; amén que los pesados camiones que se requieren para el fracking infligen importantes daños a los caminos.
La economía básica nos dice que una industria que impone grandes costos sobre terceros debería ser obligada a “internalizar” estos costos; esto es, a pagar por el daño que inflige, atendiendo el daño como un costo de producción. Quizá el fracking siga valiendo la pena dados esos costos. No obstante, ninguna industria debería ser considerada inofensiva a partir de sus impactos sobre el ambiente y la infraestructura de la nación.
Sin embargo, lo que la industria y sus defensores exigen, por supuesto, es precisamente que le permitan evadir la responsabilidad por el daño que causa. ¿Por qué? ¡Porque necesitamos esa energía! Por ejemplo, la organización energyfromshale.org, respaldada por la industria, declara que “existen solamente dos lados en el debate: quienes buscan que nuestro petróleo y recursos naturales sean desarrollados de una manera segura y responsable; y quienes no quieren que nuestro petróleo y recursos naturales sean desarrollados ni en lo más mínimo”.
Así que vale la pena destacar que un trato especial para el fracking es una burla a los principios del mercado libre. Políticos a favor del fracking alegan que están en contra de subsidios, pero dejar que una industria imponga costos sin pagar compensación es, en efecto, un enorme subsidio. Dicen que ellos se oponen a hacer que el gobierno “elija ganadores”, pero aun así exigen un trato especial para esta industria precisamente porque alegan que será una ganadora.
Y ahora, algo diferente por completo: la historia de éxito de la que no se han enterado.
En los últimos tiempos, si se menciona la energía solar, probablemente oirá alaridos de ¡Solyndra! Los republicanos han intentado hacer de esa fallida empresa de paneles solares tanto un símbolo del despilfarro gubernamental -aunque los alegatos de un gran escándalo no tienen sentido- como un garrote con el cual golpear a la energía renovable.
Sin embargo, el fracaso de Solyndra fue ocasionado efectivamente por el éxito tecnológico: el precio de paneles solares está bajando rápidamente, y Solyndra no pudo mantenerse al paso de la competencia. De hecho, el progreso en paneles solares ha sido tan drástico y sostenido que, como se expresó en un comentario de blog en Scientific American, ahora se habla frecuentemente de una “ley de Moore” en la energía solar, al tiempo que los precios ajustados por la inflación caen aproximadamente 7 por ciento al año.
Esto ha llevado a un acelerado crecimiento en instalaciones solares, pero incluso más cambios pudieran estar a la vuelta de la esquina. Si continúa la tendencia descendente -y en cualquier caso, al parecer se está acelerando- apenas estamos a unos cuantos años del punto en el cual la electricidad de paneles solares se vuelva más barata que la electricidad generada mediante la quema de carbón.
Y si fijáramos bien el precio de la energía impulsada por carbón, tomando en cuenta los enormes costos de salud y de otro tipo que impone, es probable que ya hubiéramos pasado ese punto crítico.
Pero, ¿demorará nuestro sistema político la transformación energética que está al alcance ahora?
Hay que afrontarlo: una gran parte de nuestra clase política, incluido esencialmente la totalidad del Partido Republicano, está dedicada profundamente a un sector de energía dominado por combustibles fósiles, y se muestra activamente hostil a alternativas. Esta clase política hará todo lo que pueda por garantizar subsidios para la extracción y uso de combustibles fósiles, directamente con recursos del contribuyente fiscal e indirectamente permitiendo que la industria evada su responsabilidad sobre costos ambientales, al tiempo que ridiculiza tecnologías como la solar.
Así que lo que usted necesita saber es que nada de lo que oiga de estas personas es cierto. El fracking no es un sueño vuelto realidad; la energía solar es rentable actualmente. Aquí viene el sol, si estamos dispuestos a permitirle que entre. (The Ner York Times)
El País