Pese a que ya se han perforado un millón de pozos para extraer gas no convencional, los científicos reconocen la dificultad para evaluar sus peligros
La sangre del mundo moderno, en el que la gente vive más allá de los 60 años y las mujeres son algo más que amas de casa, son los hidrocarburos. El petróleo y el gas natural son responsables en buena medida de que millones de personas de clase media vivan hoy más y mejor que las clases privilegiadas durante casi toda la historia de la humanidad. Sin embargo, esa industria también es responsable del calentamiento global que puede acabar con la misma civilización que creó y de innumerables desastres medioambientales. Ese conflicto de dimensiones trágicas se desarrolla ahora en torno al fracking, la última tecnología para seguir inyectando sangre (o veneno) en la civilización.
Desde hace poco más de una década, la fracturación hidráulica, una técnica no convencional para extraer gas natural de yacimientos antes inalcanzables, ha sido vendida por muchos como un sistema para obtener más combustible, más barato y con menos efecto sobre el clima del planeta. A diferencia del gas convencional, que se encuentra almacenado en bolsas subterráneas, el gas de pizarra se encuentra atrapado en materiales arcillosos a más de 2.000 metros de profundidad. Para extraerlo, es necesario perforar un pozo con forma de “L” e inocular en él un cóctel de sustancias químicas y agua a presión para fracturar la roca y liberar así el gas. Pese a sus promesas, el proceso también ha despertado una intensa oposición por los riesgos que implica. Algunos de ellos son que el cóctel que se inyecta en la tierra para reventar la roca podría contaminar los acuíferos de los que se obtiene agua para beber, que las actividades de extracción podrían producir filtraciones de metano a esos mismos acuíferos o que las aguas residuales fruto de esta actividad industrial no se pueden reciclar de forma adecuada.
Para tratar de responder a muchas de estas dudas, un grupo de investigadores, liderado desde la Universidad de Pittsburgh, en Pensilvania, la región del mundo donde más gas se extrae por medio del fracking, ha elaborado una revisión de las últimas pruebas científicas sobre la materia que se publica en el último número de la revista Science. Radisav Vidic, profesor de la Universidad de Pittsburgh y autor principal del estudio, considera que “la extracción de gas no convencional es una actividad industrial similar a otras como, por ejemplo, la industria del petróleo en términos de salud y seguridad de los trabajadores, y en términos de impacto medioambiental”. “Conocemos casos recientes de accidentes en los que han muerto mineros y estos casos no existen en las perforaciones”, añade. Sin embargo, en su artículo, Vidic señala un número importante de incógnitas que se deberían resolver para valorar si los riesgos del fracking son medioambientalmente asumibles. “Es bastante llamativo que después de excavar un millón de pozos durante cinco años ahora nos planteemos qué riesgos hay”, señala Paco Ramos, de Ecologistas en Acción.
Una de las dudas sobre esta tecnología es lo que sucede con la mezcla de agua, productos químicos y arena que se inyecta en el subsuelo. De media, solo un 10% de ese cóctel regresa a la superficie, pero no se conoce exactamente qué sucede con el resto del agua empleada. “El desarrollo de métodos precisos de predicción para controlar todo el volumen del fluido basados en las características geoquímicas y geofísicas de las formaciones permitiría diseñar mejor los pozos y la tecnología de fracturación, algo que, sin duda, aliviaría la preocupación del público”, afirman los autores en el estudio.
Sobre la posible contaminación de acuíferos con los productos químicos empleados para la extracción del gas, el artículo indica que pese a que se han realizado más de un millón de intervenciones, “quizá solo se ha documentado un caso de contaminación directa de aguas subterráneas como resultado de la inyección de productos químicos para la extracción de gas”. Sin embargo, esto no significa que no exista contaminación sino que es difícil demostrar el vínculo directo entre el problema y el fracking porque, según se explica en el estudio, “las condiciones de partida son con frecuencia desconocidas o ya se han visto afectadas por otras actividades como la minería del carbón”. Además, los requisitos de confidencialidad de algunas pesquisas legales, en las que los afectados y las empresas llegan a acuerdos secretos, combinados con el rápido ritmo de desarrollo y los escasos fondos para investigación son, según los investigadores, impedimentos importantes para realizar investigación de calidad respecto a los impactos medioambientales.
Otro de los problemas que apuntan al fracking como culpable es la contaminación de los acuíferos con metano. Aunque en principio este gas no se disuelve en el agua y no presentaría problemas de intoxicación, su acumulación puede producir explosiones. En Dimock, Pensilvania, un escape de gas atribuido a los conductos defectuosos de una perforación provocó la explosión de un pozo de agua privado. Este tipo de fallos podría darse en un 3% de las instalaciones, pero, como en el caso de la contaminación, es difícil determinar si las explotaciones de fracturación son las únicas culpables. Pensilvania es el Estado en el que nació la era del petróleo hace ya siglo y medio y su territorio está completamente agujereado. Allí se han perforado más de 350.000 pozos de petróleo y gas y se desconoce el paradero de 100.000 de ellos. Todas esas intervenciones pueden facilitar la llegada del gas hasta los acuíferos.
Tampoco está claro qué hacer con las aguas residuales que vuelven a la superficie. Aunque existen sistemas para inyectar esos fluidos en formaciones geológicas profundas, estos vertederos subterráneos no están disponibles en todos los lugares. Otros sistemas para deshacerse de ellos, como su almacenamiento en balsas han producido problemas de contaminación que habría que resolver.
Consejos para España
En España, desde que en octubre de 2011 el entonces lehendakari Patxi López anunció la existencia en el sur de Álava de un yacimiento de 180.000 millones de metros cúbicos de gas de esquisto, suficientes para satisfacer durante cinco años la demanda española de gas natural, se han concedido más de 100 permisos para buscar este tipo de gas. Para minimizar los riesgos, Vidic recomienda una serie de medidas de precaución. “En primer lugar, es necesario tener una evaluación para conocer la situación medioambiental desde la que se parte en España”, señala. “En particular, necesitas conocer la calidad del agua de los acuíferos y los ríos para evaluar el impacto de esta industria”, añade.
Aunque los riesgos para el entorno y para la salud fuesen aceptables, hay grupos que piensan que el fracking carece de interés. En EEUU se plantea desde hace tiempo queeste tipo de extracción no es rentable y que lo que realmente se ha producido es una burbuja. Varios estudios, como el realizado por el geólogo David Hughes, o los de la U.S. Geological Survey (USGS), indican que las empresas de extracción inflaron las posibilidades de producción de gas de pizarra entre un 100 y un 500%. La previsión excesivamente optimista habría servido para favorecer a algunos especuladores en Wall Street, según la consultora financiera Deborah Rogers.
Además de las dudas sobre el potencial de la extracción de gas de pizarra en España, para Ramos, la apuesta por este combustible no supone, como afirman sus defensores, una alternativa menos sucia al carbón y un complemento de las energías renovables. Con unas centrales de ciclo combinado con margen para incrementar su protección, el uso de gas de pizarra sería, según el representante de Ecologistas en Acción, un retroceso para las energías más limpias.
Hace dos meses, el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas presentó un informe en el que daba una imagen prácticamente inmaculada sobre el potencial de la extracción de este hidrocarburo en España y la técnica de fracturación. Según sus conclusiones, España contaría con unas reservas de gas para 39 años, un recurso especialmente importante para un país que depende tanto del exterior para la obtención de energía. El Gobierno ya ha mostrado su disposición a explorar, sin complejos, todas las oportunidades para investigar y extraer hidrocarburos en España, con el objetivo de reducir la dependencia energética respecto al exterior. Aunque la imagen que ofrece la revisión de los investigadores de Pensilvania sobre el fracking no es especialmente negativa, sí muestra que aún es necesario someterlo a un intenso escrutinio.
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