Breve reseña a veinte años de fracking en los Estados Unidos
Por Nancy Piñeiro / Territorio de Ideas para la séptima edición de la revista Fractura Expuesta, del Observatorio Petrolero Sur .- El fracking es como “un medicamento que se saltó todos los ensayos clínicos […] y pasó directamente a la comercialización masiva”; así lo describe Adam Briggle en su libro A Field Philosopher’s Guide to Fracking (1), una especie de guía de campo en la que el filósofo sale al territorio texano a estudiar la resistencia de un pequeño pueblo contra los gigantes de la perforación. La comparación es contundente y precisa; quienes han venido estudiando críticamente el llamado boom del fracking en Estados Unidos en los últimos dos decenios coinciden en que, a pesar de los distintos regímenes legales, fiscales y corporativos que podemos hallar en los diferentes estados, varios denominadores comunes confluyen para que podamos hablar de una institucionalización de la desigualdad.
La técnica ha avanzado en distintos grados en zonas muy diversas, entre ellas, las formaciones de shale Marcellus y Utica, que abarcan los estados de Nueva York, Pensilvania, Ohio, Virginia Occidental y Kentucky, al noreste de los EE. UU.; al oeste, la formación de shale Monterrey (California); en Texas y parte de Nuevo México, las formaciones Eagle Ford, Permian y Barnett; la Bakken, que abarca Montana y Dakota del Norte. En todos los casos, es el Estado el que otorga el aval fundamental y facilita el proceder corporativo tanto en tierras fiscales (muchas de ellas previamente protegidas, como es el caso de los parques estaduales en Ohio) (2) como privadas. Prácticamente ha abandonado su potestad regulatoria en términos ambientales. Basta con recordar que la Agencia de Protección Ambiental estadounidense (EPA) no regula los fluidos de inyección que utiliza el fracking. Así, las petroleras han quedado exentas de la ley federal que protege el agua potable (3).
Hablamos de desigualdad: entre las ganancias de las principales corporaciones del sector, que han sabido navegar las olas de la volatilidad para cerrar 2022 con cifras récord tras la caída durante la pandemia, y los pobladores, que han concesionado sus tierras a petroleras sin contar con información oficial ni fidedigna (4). Es importante señalar que, según el régimen de propiedad más común en EE. UU., los propietarios de la tierra lo son también de los recursos del subsuelo, a menos que la propiedad se haya dividido y su dueño haya optado por vender los derechos minerales al estado o una corporación. Se trata del único país en el mundo en el que los propietarios “deciden” sobre el destino de los recursos que debieran ser un bien común (si es que puede hablarse de decisión ante la falta de información y las presiones de la industria petrolera) (5). Finalmente, desigualdad entre perdedores y ganadores en términos de impactos socioambientales, que incluyen, entre otros: disrupción de la vida cotidiana, sismos inducidos, afectaciones a la salud (6).
En el país del norte, la masividad del fracking —que representó el 66 % de su producción total de petróleo y el 80 % de la de gas en 2022 (7)— es una bomba de contaminación que calienta el planeta más allá de las fronteras nacionales. Un estudio del Energy Policy Journal publicado en mayo de 2022 calculó las emisiones de carbono de los proyectos fósiles más grandes del mundo (incluidos proyectos nuevos y en producción) (8). Si bien China es el principal emisor, los proyectos de shale nuevos y existentes en EE. UU. encabezan la lista en gigatoneladas de CO2, y el país del Norte se ubica como el segundo mayor contaminante.
Con una ayudita de mis amigos…
Desde 1975, cuando el Departamento de Energía comenzó a financiar el necesario casamiento entre la fractura hidráulica y la perforación horizontal, pasando por los 20 años que llevó perfeccionar el proceso para volverlo económicamente viable, hasta el día de hoy, han transcurrido casi cinco décadas. Como las primeras pruebas fueron desastrosas, la mayoría en la industria pensaba que no tenía sentido apostar a esta nueva tecnología. La mayoría también se habría dado por vencida si no hubiera sido por la inversión gubernamental en investigación y desarrollo, las exenciones impositivas y los subsidios (9). En 1980 se aprobó el primer beneficio fiscal específicamente para el gas no convencional. Así, en los albores de la técnica, los créditos fiscales federales para las empresas perforadoras llegaron a los USD 10 000 millones entre 1980 y 2002 (10). A partir del 2005 el fracking comienza a crecer exponencialmente. Se calcula que, en la actualidad, la industria fósil recibe (entre subsidios directos e indirectos) unos USD 15 000 millones (11). La mayor parte se la lleva la industria no convencional.
Estados Unidos pasó de producir un promedio anual de 5 M de barriles de petróleo por día y 597 500 millones de m³ de gas natural en 2008 a un récord anual de 12,3 M de barriles por día en 2019 y 1,02 billones de m³ de gas. Por primera vez en 60 años, el país comenzó a exportar más energía de la que importaba, y se convirtió en el mayor productor mundial de petróleo y gas (12). Pero la revolución del fracking no fue tal por una genialidad tecnológica facilitada por la magia del libre mercado: se bombearon ingentes cantidades de dinero público para que esto fuera posible. En parte, porque los números nunca cerraron sin una ayudita de los amigos. Ya antes de la pandemia, hacia finales de 2019, se informaba la quiebra de 42 compañías del sector de exploración y producción: precios bajos, deudas altas y flujos de caja negativos (13). Después llegó la pandemia, y cientos más se declararon en quiebra. Pero tras una baja sin precedentes, llegó la “bendición” de la guerra. Hoy en día, la industria es rentable gracias al aumento de la demanda que ha impulsado el conflicto bélico, pero no hay que olvidar que, entre 2010 y 2020, el shale en los EE. UU. perdió USD 300 000 millones (14). Ante este panorama, las grandes petroleras han modificado su estrategia. En lugar de perforar donde sea y a como dé lugar, como se hacía durante los años del boom, se optó por una mayor “disciplina” para responder a las preocupaciones de los inversores. Las petroleras empezaron a concentrar sus esfuerzos en las formaciones más rentables, como la pérmica, y con un nivel de actividad más gradual (15).
En 2022 y en lo que va del año, las seis mayores operadoras en los Estados Unidos han declarado ganancias récord. Sin embargo, entre junio de 2022 y mayo de 2023, el precio del barril pasó de USD 120 a poco menos de USD 75. ¿Cómo se explican esas ganancias? De los 16 subsidios que puede recibir la industria fósil (directos e indirectos, a través de deducciones impositivas, bonificaciones y dinero fiscal para investigación y desarrollo), tres han sido fundamentales para apuntalar este auge de los no convencionales y su salida a flote sorteando la volatilidad del sector (16):
- El llamado “subsidio geológico y geofísico” (G&G). Les permite a las compañías deducir parte de los costos exploratorios, y pueden recuperarlos dentro de los primeros dos años de comenzado el proyecto.
- El subsidio por costos intangibles de perforación (IDC). Constituye entre el 60 % y el 80 % del costo total de perforación. Se recupera en el transcurso del mismo año en que se realizó el pozo.
- Exención fiscal por agotamiento porcentual. Se trata de un 15 % de los ingresos brutos del petróleo y el gas que están libres de impuestos para los pequeños inversores y los productores independientes. Esta exención pretende reflejar la merma de reservas a lo largo del ciclo de vida de un pozo y se aplica a los recursos no renovables.
Obviamente, todos estos beneficios liberan flujo de caja y aumentan la rentabilidad. En 2021, el Stockholm Environment Institute publicó un estudio único en su tipo —dado que es casi imposible saber en detalle quiénes reciben qué tipo de subsidios (ni la AFIP estadounidense ni las empresas brindan esta información)—, en el que concluyeron que los tres subsidios mencionados más arriba aumentaron el valor total estimado de los nuevos proyectos de petróleo y gas desarrollados en las últimas dos décadas en miles de millones de dólares, es decir, la diferencia que habían estimado las empresas entre lo que costaría desarrollar el proyecto y las ganancias que se obtendrían. La mayor parte de estos subsidios se destinó a nuevos campos de petróleo y gas explotados en formaciones no convencionales. En lugar de hablar de ganancias a secas, deberíamos hablar de “ganancias subsidiadas”.
1.- Briggle, A. (2015). A Field Philosopher’s Guide to Fracking. How One Texas Town Stood Up to Big Oil and Gas. Liverlight. P. 130
2.- Puede consultarse: Center for Biological Diversity (24/01/2023). Biden Administration Oil, Gas Drilling Approvals Outpace Trump’s; Earth Justice (04/04/2023). Ohio’s Bizarre New Law Will Require the Leasing of State Parks for Fracking. Disponibles en línea.
3.- Earthworks (s/f). The Halliburton Loophole. Disponible en línea.
4.- Jerolmack, C. (2022). Up To Heaven and Down to Earth. Fracking, Freedom, and Community in an American Town. Princeton University Press.
5.- Jerolmack, C. (21/04/2021). Fracking, freedom, and the tragedy of the commons. Princeton University Press. Disponible en línea.
6.- Los riesgos y las consecuencias del fracking se han documentado extensivamente en las diferentes ediciones del Compendio de hallazgos científicos, médicos y de medios de comunicación que demuestran los riesgos y daños del fracking, Concerned Health Professionals of New York y Physicians for Social Responsibility (CHPNY y PSR). Última edición, abril 2022. Resumen en castellano de la sexta edición disponible en línea. A los ya conocidos impactos ambientales del metano se suman las consecuencias en la salud del dióxido de nitrógeno (NO2), el material particulado y el ozono (O3). Un estudio reciente publicado en la revista científica Environmental Research estima que el costo de estas emisiones en la salud de los estadounidenses durante el año 2016 fue de USD 77 000 millones, siendo el NO2 el de mayor impacto en la salud. Ver Jonathan J. Buonocore et al. (2023). “Air pollution and health impacts of oil & gas production in the United States”. Environmental Research: Health 1. Disponible en línea.
7.- Energy Information Administration (2023). Annual Energy Outlook. Disponible en línea.
8.- Véase Carrington, C y Taylor, M. (11/05/2022). Revealed: the ‘carbon bombs’ set to trigger catastrophic climate breakdown. The Guardian. Disponible en línea. El informe del Energy Policy Journal identifica los 425 proyectos de energía fósil más grandes del mundo y su impacto en cantidad de gigatoneladas de carbono: Kühne, K. et al. “Carbon Bombs” – Mapping key fossil fuel projects. Energy Policy. Vol. 166, 2022.
9.- Twomey, D. F., Twomey, R. F., Farias, C., & Farias, G. (2014). Fracking: blasting the bedrock of business. Competition Forum, 12(1), 204-216. Disponible en línea.
10.- Times Free Press (24/09/2012). Decades of federal dollars helped fuel gas boom. Disponible en línea.
11.- Erickson, P. y Achakulwisut, P. (2021). How subsidies aided the US shale oil and gas boom. Stockholm Environment Institute. Disponible en línea.
12.- OGVEnergy (23/05/2020). US remains biggest producer of oil, natural gas. Disponible en línea.
13.- Hipple, K. (Enero 2020). Bankruptcies in Fracking Sector Mount in 2019. Institute for Energy Economics and Financial Analysis. Disponible en línea.
14.- Wallace-Wells, D. (27/07/2022). Hardly Anyone Talks About How Fracking Was an Extraordinary Boondoggle. The New York Times. Disponible en línea.
15.- Véase Worland, J. (10/03/2022). The Real Reason Big Oil Won’t Save the U.S. from High Gas Prices. Time Business; Domonoske, C. (09/06/2023). America is going through an oil boom — and this time it’s different. NPR Energy y Palmer, I. (25/04/2023). Put Your Money On The Permian. Forbes. Disponibles en línea.
16.- Erickson, P. y Achakulwisut, P. (2021). How subsidies…