Jorge Castro.- La revolución tecnológica desatada en los últimos cinco años ha creado una plataforma global de computación (la “nube” o cloud computing) que impulsa el surgimiento de un sistema mundial superintensivo e hiperconectado, cuya característica primordial es que demanda y crea más energía que cualquier otro de la historia. En términos productivos, la “nube” es la causa directa de una nueva revolución industrial, que requiere cualitativamente menos materias primas y una participación estructuralmente inferior de la fuerza de trabajo, mientras se integra a escala global sobre una línea de montaje que opera en tiempo real.
Esto sucede cuando crece exponencialmente la oferta energética, cuyo eje es la explosión de shale gas en EE.UU. El mundo energético se aleja de la escasez y se interna en el terreno de la abundancia. La Agencia Internacional de Energía (AIE) sostiene que la demanda mundial de petróleo aumenta en 20 millones de barriles diarios (mb/d) en las próximas dos décadas (pasa de 90 mb/d en 2010 a 110 mb/d en 2030).
Agrega que la producción crece por encima de la demanda a partir de esta década y que 1/3 del aumento corresponde a EE.UU.
Este “shock de aprovisionamiento” es la revolución del shale gas.
La producción estadounidense de crudo se elevó en 800.000 barriles por día en 2012 y la oferta petrolera aumentó 50% desde 2008. Es el mayor incremento en 1 año de su historia desde que se llevan registros (1854). Más de 4/5 partes de esta alza de excepción es obra del shale gas, sobre todo el que proviene de los yacimientos de Bakken (Dakota del Norte) y Eagle Ford (Texas).
La producción de crudo en Norteamérica (EE.UU./Canadá) aumentaría en 3,9 mb/d en 2018 (2,3 mb/d provendría de EE.UU y 1,3 mb/d de Canadá). La mitad del incremento global de petróleo provendrá de EE.UU. y Canadá en los próximos 10 años, por encima de Arabia Saudita.
Lo mismo ocurre con el gas.
La demanda gasífera mundial alcanzaría a 5,1 billones de metros cúbicos (bmc) en 2035 (hoy es 1,8 bmc), la proporción del gas en la matriz energética pasa de 21% a 25% y treparía a 40% hacia mediados de siglo. El boom de shale gas en EE.UU.
modificó la ecuación energética global, que sale del mundo de la escasez, en la que ha estado sumergida históricamente e ingresa en el terreno de la abundancia. Al hacerlo, le resta el factor seguridad y por lo tanto el sobreprecio ineludible que esta condición le acarrea en el mercado mundial.
En este tránsito, Medio Oriente pierde su naturaleza de región estratégica central y su importancia geopolítica se reduce cualitativamente.
Norteamérica adelanta la tendencia mundial. Los precios del gas en EE.UU. son hoy 1/3 de los europeos y 25% de los asiáticos; y el precio del crudo en Canadá cayó en 2012 a US$ 50 el barril, la mitad del Brent (cotizó a U$S 104 / US$ 110 en el mismo período).
Por eso, los costos de producción de la industria manufacturera norteamericana (ante todo, petroquímica y acero) son hoy 30% menores que los de sus competidores alemanes, chinos o surcoreanos. La nueva revolución industrial, y su fuente energética –la explosión de shale gas– constituyen el núcleo estructural de una gigantesca ola de innovación que se despliega con intensidad creciente en los próximos 10/20 años.
La consecuencia es que la producción se intensifica en todas las actividades y sectores, con la industria manufacturera a la cabeza de este proceso de generalizada innovación.
En él, lo previsible es que en algún momento ciertos cambios tecnológicos adquieran un carácter sistémicamente disruptivo, que modifique, a través de verdaderos saltos espasmódicos, las condiciones globales de acumulación. El futuro por definición se nos escapa, salvo su sentido profundo y necesario, que se manifiesta a la vista y en el presente.