No hace falta ser madre o padre, abuela o tío para saber que no hay nada menos eficaz que decirle “no digas eso” a un niño. Todas hemos sido niñas y todas –por no decir la mayoría- caímos en ese incipiente placer de hablar de lo que no podíamos hablar, de nombrar a quien no debíamos nombrar, de contar algo cuando [tal vez] mejor hubiéramos estado calladas.
Pero además está aquello de la libertad de expresión del niño y de la niña, artículos 13 y 14 de la Convención de los Derechos del niño. Con todo, no todos lo tienen claro. Leo enThe Guardian que una empresa líder en extracción de gas y petróleo en Pensilvania ha obligado a dos hermanos, de 7 y 10 años, a no pronunciar para el resto de su vida, entre otras, la palabra fracking (o fracturación hidraúlica), una técnica de extracción de gas y petróleo que supone un gran peligro ambiental y de la que la empresa es practicante habitual.
Chris y Stephanie Hallowich –los padres de los niños- decidieron un día que era imposible seguir cultivando su huerta, situada en Mount Pleasant, Pensilvania. Sus verduras rozaban con una zona de alta actividad de la empresa extractora y los pozos de gas empezaban a ser demasiado peligrosos para su salud y para la de sus hijos. Demandaron a la empresa y finalmente llegaron a un acuerdo por el que la familia recibiría de la compañia una compensación económica. El acuerdo incluía una orden de mordazapor la cual los Hallowich no podían hablar sobre la actividad del fracking, una cláusula bastante frecuente -al parecer- en los acuerdos entre empresas extractoras de gas y petróleo y los residentes de esta zona de Estados Unidos. La orden era aplicable también para los hijos de la familia, es decir, que una niña de 7 años y un niño de 10 tenían prohibido hablar con sus amigos [en el patio del colegio, en la cola del comedor, en los columpios del parque] sobre el motivo que les había obligado a mudarse de casa o sobre esos pozos tan raros que supuestamente estaban contaminando las verduras de su huerta. Absurdo, sí, pero también intolerable. Dos años después del acuerdo, y gracias a lapublicación de las notas del juicio por parte de un periódico de la zona y la denuncia de numerosos activistas, la empresa parece retractarse de la extensión del silenciamiento a los niños.
Pero, ¿qué hubiera ocurrido si el periódico no hubieran logrado hacer públicas las notas del juicio? ¿Hubieran tenido que taparse la boca los niños cada vez que se le viniese a la cabeza la palabra fracking? Y más allá de lo absurdo e intolerable de tratar de silenciar a unos niños, ¿cómo se puede permitir que las empresas extractoras estén tratando de silenciar a la población sobre sus propias prácticas extractivas? Si imponen este tipo de cláusulas de silenciamiento, ¿no será porque son concientes de que la práctica del fracking es perjudicial para la población?
NO al fracking
La técnica del fracking ha sido ampliamente denunciada por la sociedad civil y por organizaciones como Greenpeace que en un informe destacaba algunos de los numerosos efectos perjudiciales que se podrían derivar de la misma: contaminación de las aguas subterráneas y atmosférica, emisión de gases de efecto invernadero (metano), terremotos (sismicidad inducida), contaminación acústica y ambiental. El documental “Gasland” nominado a los Óscar en 2011 (y del que ya hay segunda parte) muestra el daño –ambiental y humano- que el fracking está causando en los 34 estados norteamericanos donde se practica.
A pesar de las campañas de denuncia, la poderosa industria extractiva en EEUU disfruta de la impunidad que concede la falta de legislación al respecto. A pesar de que la Agencia de Protección del Medio Ambiente de EE UU (EPA, en sus siglas en inglés) ha expuesto en diferentes informes la existencia de componentes tóxicos en acuíferos de determinadas zonas de Pensilvania como resultado del fracking en la zona, las compañías tienen derecho a no informar sobre los productos químicos que emplean en su actividad. Una impunidad que les ofrece luz verde a la hora de imponer cláusulas de silenciamiento en sus acuerdos.
Esta es la primera vez que la industria del fracking ha tratado de silenciar a unos niños pero es apenas uno más de sus intentos de silenciar a la población. Una sociedad sin acceso a la información -una sociedad silenciada- es una sociedad desprotegida, especialmente cuando esa información afecta directamente a la salud de las personas y del entorno en el que [les guste o no] vivimos todos.
Los niños lo saben. La experiencia demuestra que, en la mayoría de los casos, siempre es mejor no quedarse callados.