Nora Bär.- Según estimaciones de organismos internacionales, las reservas no probadas de hidrocarburos no convencionales [es decir, aprisionados a gran profundidad en la roca madre] podrían multiplicar entre 11 y 67 veces las reservas probadas actuales de gas y petróleo convencionales de la Argentina. No es necesario aclarar que estas cifras inspiran atractivas expectativas económicas.
Pero la necesidad de explotar ese tesoro oculto con una tecnología, conocida como fracking o hidrofractura, que sólo se generalizó en los últimos años, viene suscitando también encendidas controversias. Se dice, por ejemplo, que puede contaminar aguas subterráneas, provocar microsismos y hasta aumentar la incidencia de tumores o enfermedades neurológicas.
“Siempre que se toca el ambiente, hay una respuesta -dice el doctor Jorge Codignotto, geólogo y presidente de la Academia de Ciencias del Ambiente-. Suelo dar este ejemplo: cuando uno está sentado a la orilla del mar y viene una ola, empieza a hundirse en la arena, y lo único que hizo fue desviar el flujo del agua. De allí en más, imagínese… Pero no siempre podemos abstenernos de alterar la naturaleza: el petróleo no sólo se utiliza para producir energía, también interviene en un sinnúmero de otros productos, como los plásticos, las prótesis de titanio, los detergentes, el asfalto, los lentes orgánicos… Lo importante es tener información válida.”
De acuerdo con las teorías vigentes, el petróleo y el gas se formaron a partir de capas de microorganismos que se fueron acumulando en el lecho de estuarios, mares y lagos. Allí, en ausencia de oxígeno y sometidos a gran presión y temperatura, se cocinaron en una suerte de gran “horno geológico”, explica en un documento el Instituto Argentino del Petróleo y el Gas (IAPG).
El estrato en el que se produjeron se conoce como “roca generadora” o “roca madre”. Tiene diminutos poros no conectados entre sí y se encuentra a grandes profundidades, incluso superiores a los 3000 metros. Luego, los movimientos de la corteza terrestre fueron rompiendo esa roca madre y generando pequeñas fisuras por las cuales el petróleo y el gas comenzaron a migrar hacia otras formaciones hasta llegar a un “techo”. Estas estructuras, llamadas “trampas”, son las que contienen hidrocarburos convencionales.
El problema es que gran parte de éstos quedaron encerrados en la roca en que fueron creados. Al declinar la producción de petróleo y gas convencionales, surgió la idea de mejorar la permeabilidad de los yacimientos para acceder a ellos. El fracking emula lo que hizo la naturaleza: fractura la roca inyectando agua a presión para liberar el petróleo y el gas atrapados (ver infografía).
Alrededor de 2005, esta tecnología empezó a usarse a gran escala en los Estados Unidos y comenzaron los cuestionamientos.
Entre otras críticas, se objeta que en los sitios cercanos a la explotación podrían producirse riesgos para la salud pública, como la contaminación de acuíferos, o la emisión de benceno y otros gases que pueden causar cáncer y patología neurológica.
“El fracking consiste en hacer un pozo común y corriente hasta que se llega a la capa donde se sospecha que puede haber alojados gas o petróleo sin salir de la roca generadora -explica el geólogo e ingeniero petrolero Gualter Chebli-. La diferencia con lo tradicional es que se perfora primero en forma vertical y después horizontalmente. En ese momento se envía a la profundidad una mezcla de agua a muy alta presión con aditivos químicos que cumplen diferentes funciones. Pero esto afecta tanto el ambiente como un pozo convencional.”
Se emplean entre 8 y 15 sustancias (anticorrosivos, gelificantes, inhibidores de crecimiento bacteriano, lavandina, soda cáustica, bicarbonato de sodio, vinagre), y todos deben declararse.
Según Chebli, dado que en el país la roca madre está a más de 3000 metros de profundidad, siempre que la técnica se aplique correctamente y que no haya problemas en el aislamiento (“encamisado”), no existe peligro de contaminación de acuíferos (que se encuentran a alrededor de 300 metros de la superficie).
Otra de las críticas que se esgrimen es que se emplea gran cantidad de agua. “Sí -concede Chebli-, pero ¿cuál es el problema? En la Argentina, hay unos 40.000 pozos perforados y en todos se usa agua para la extracción.”
Fuentes del IAPG precisan que se inyectan entre 10.000 y 30.000 m3 de agua por pozo, pero que eso equivale a unos pocos segundos del caudal de un río neuquino. Los cálculos de este organismo indican que, si se cumpliese el Plan Quinquenal previsto para Vaca Muerta, se perforarían en esa provincia 2500 pozos en cinco años y se usaría menos del 0,1% del recurso hídrico, mientras la población y el agro consumirían el 5% y el 94% desaguaría en el mar.
También preocupa el “agua de recuperación secundaria” (o backflow ), que es la que asciende desde la perforación y debe ubicarse en pozos sumideros (agotados) o formaciones estériles. “Este líquido es contaminante, pero lo que se hace es instalar una planta depuradora o reinyectarlo en otro pozo”, dice Chebli.
El licenciado Daniel Bouille, investigador senior y presidente ejecutivo de la Fundación Bariloche, subraya que el mayor problema ambiental estaría vinculado no con la cantidad de agua que requiere la explotación, sino con el tratamiento de los residuos. “No conozco estudios sobre los efectos, pero hay que tener en cuenta que pueden ser de muy largo plazo -dice-. El riesgo adicional que tiene esta tecnología es que, como la inyección es a tremendas presiones, aumenta la posibilidad de filtraciones.”
Por su parte, aunque coincide en que “no hay estudios serios del impacto del fracking “, Mauro Fernández, de Greenpeace, lo objeta enérgicamente porque “profundiza un modelo fósil que llegó al límite, justo en un momento en que los países están avanzando hacia tecnologías alternativas”. Según Fernández, Japón y Alemania están comenzando a abandonar las matrices fósiles y nucleares en favor de tecnologías renovables. “Tecnologías como el fracking o la extracción de petróleo del Ártico, algo que es posible por el mismo calentamiento climático que las petroleras contribuyeron a impulsar -afirma-, son un intento de ir más allá de los límites naturales.”
Fernández agrega, además, que “cuando se extrae el esquisto hay emisiones de metano, que es 50 veces más poderoso que el dióxido de carbono para generar calentamiento climático”. Y afirma: “Nos preocupa que se instale la solución petrolera y que no se invierta en tecnología de fuentes renovables”.
Bouille toma distancia. Por ahora, dice, “la biblioteca del fracking no se inclina ni para un lado ni para el otro”. Por eso, el especialista opina que se impone respetar el principio de incertidumbre. Esta misma idea hace que, mientras en algunos países esta tecnología fue adoptada (como en Canadá y Ucrania), en otros rige una moratoria (Gran Bretaña), en otros se la está analizando (Suiza, Alemania, España, Rumania y República Checa), y en otros está prohibida (Francia y Bulgaria).
“Está planteado un esquema de riesgo -dice Bouille-. Por ahora, no se puede afirmar que sea dañino, pero tampoco que no lo sea.” Para Bouille, las fuentes renovables pueden jugar un papel complementario y el mayor rédito de aplicar el fracking en Vaca Muerta “será poder aprender y tomar conocimiento de cuáles son las reales reservas y los recursos extraíbles”. Un documento de la Fundación Bariloche recomienda no sólo incursionar en el [petróleo y gas no convencionales], sino también explorar cuencas conocidas y las que aún no están en producción, pero también promover la eficiencia energética a través de medios de transporte masivo, del uso del ferrocarril para el transporte de cargas y el uso racional de la energía.