La buena noticia es que el petróleo volvió crudamente a la agenda pública y de los medios. La mala es que además de los inconvenientes con el petróleo, la Argentina los tiene también con el gas
Por Eduardo Anguita | Miradas al Sur
Las disputas entre el gobierno nacional y la máxima conducción de Repsol YPF tomaron estado público. La buena noticia es que el petróleo volvió crudamente a la agenda pública y de los medios. La mala es que además de los inconvenientes con el petróleo, la Argentina los tiene también con el gas. Como se trata de asuntos donde es fácil manejarse por trascendidos, este cronista habló con un geólogo que trabaja desde hace años en el sector privado. No dudó en calificar el escenario como “de gravedad”. Lo que sigue es un resumen de las apreciaciones de un especialista cuya identidad es mantenida en reserva.
Este geólogo sostiene que, desde 2004, tanto la producción como las reservas de petróleo y gas vienen en caída libre. La realidad es que desde la década de 1970 y principios de los ’80 no se ha descubierto ningún yacimiento de envergadura que agregue reservas por más de una década. Esto produjo, junto a un aumento del consumo, que pasemos de ser un país exportador de gas a depender enormemente, y por largo tiempo, de las importaciones de metano de Bolivia y los barcos con GLP (gas licuado de petróleo) de Qatar.
“Comencé con esto –dice el geólogo– porque acaba de llegar la boleta de gas con un ítem que hace referencia al valor del gas importado que será compartido por todos.” Efectivamente, el precio que se paga por el faltante de gas es enorme. El precio del gas boliviano es de 10 dólares cada millón BTU (unidad térmica británica, equivalente a 252 calorías), mientras que por el gas licuado se pagan entre 12 y 17 dólares. Por la producción interna, el Estado paga entre 2 y 5 dólares. Cabe aclarar que muchos operadores de yacimientos de gas cuentan, al menos hasta ahora, con los subsidios del programa Gas Plus. De esta brecha entre precios internos e internacionales surge la queja de las compañías privadas que justifican sus escasas inversiones en lo que llaman falta de incentivos. “Si bien es cierto que se terminaron las fuentes de hidrocarburo barato y hay muchos proyectos parados en busca de un precio que los haga rentables, la renta petrolera siempre ha sido extraordinaria”, afirma.
A falta de nuevos yacimientos tradicionales, en mayo de 2011, YPF anunció “el descubrimiento” de yacimientos de los llamados shale gas y shale oil. Según la empresa, se trata de reservas por 150 millones de barriles en un área de 320 kilómetros cuadrados en Loma de La Lata, Neuquén. YPF dijo que significaba un incremento del 35% de las reservas de la empresa y el 8% de las reservas del país. El CEO de la filial argentina de Repsol, Sebastián Eskenazi, decía que era el inicio de una “nueva etapa, con optimismo”.
A criterio del geólogo, Repsol no sólo hacía una especulación bursátil, sino que esperaba un precio especial para el gas proveniente de este tipo de reservorios que en la actualidad son de muy difícil extracción. Sin embargo, a menos de un año, “nada de esto todavía sucedió” afirma el interlocutor. “Los reservorios no convencionales o shale son rocas generadoras de gas y petróleo que contienen en sus intersticios (poros) el hidrocarburo que migró hacia yacimientos tradicionales o no se perdió en la proximidad de la superficie. Por estar constituidas por partículas muy pequeñas son casi impermeables y, por lo tanto, se vuelven un obstáculo para las moléculas de hidrocarburo que restringen un flujo constante. Para resolver este problema hay que generar artificialmente una red de múltiples fracturas que conecten la mayor cantidad de superficie posible. Este proceso es muy costoso y no garantiza grandes caudales. De hecho, los promisorios resultados que anunció YPF se apagaron por la rápida reducción de los ensayos de producción.
Así y todo, se trata de algo que requiere más investigación y más inversión, pero “no va a cambiar el perfil de producción a corto ni mediano plazo”, dice el geólogo, quien agrega: “Para recuperar el autoabastecimiento no hay otra fórmula más que invertir en exploración. Las empresas se limitan únicamente a ‘avanzar’ con pozos de bajo a mediano riesgo, ya que toda inversión la justifican con un análisis de potencial rentabilidad. Casi por definición, el empresario nacional pierde el patriotismo cuando ve reducidas sus ganancias, más aún cuando de estas dependen los pagos a la banca internacional, como es el caso de los compromisos adquiridos por el grupo Petersen, para quedarse con el 25 % de YPF.”
Agrega este cronista que del análisis se confirma la existencia de dos lógicas distintas y bastante antagónicas. Una es la de soberanía energética,con recursos estatales orientados a la búsqueda de nuevos recursos utilizables, más allá de si la operación petrolera y gasífera debe ser total o parcialmente estatal, que constituye otro debate. La otra lógica es utilizar los anuncios de prensa para que quienes compran acciones en Buenos Aires, Londres, Madrid o Nueva York, compren acciones de Repsol. Una es una lógica energética, la otra es financiera, la que acompaña a las multinacionales energéticas.
En eso llegó Fidel
Muchos lo dieron por muerto hace unos años, cuando dejó el gobierno de Cuba. Sin embargo, Fidel Castro sigue produciendo política y parece muy afilado en temas energéticos. En enero de 2012 escribió un artículo que las revistas de las petroleras privadas no dieron a publicidad. “Hace apenas unos meses leí por primera vez algunas noticias sobre la existencia del gas de esquisto”, afirma Castro. Este documento, de abril de 2011 (agrega este cronista que se dio a conocer unas semanas antes de los anuncios mencionados por el geólogo en referencia a “los hallazgos” de Repsol), pone a la Argentina en el primer lugar de Latinoamérica en reservas de shale gas y shale oil y tercero en el mundo después de China y Estados Unidos.
“Como dispongo en la actualidad de tiempo para indagar sobre temas políticos, económicos y científicos –dice Fidel Castro– que pueden ser realmente útiles a nuestros pueblos, me comuniqué discretamente con varias personas que residen en Cuba o en el exterior de nuestro país. Curiosamente, ninguna de ellas había escuchado una palabra sobre el asunto. No era desde luego la primera vez que eso sucedía. Uno se asombra de hechos importantes de por sí que se ocultan en un verdadero mar de informaciones, mezcladas con cientos o miles de noticias que circulan por el plan eta. Persistí, no obstante, en mi interés sobre el tema. Han transcurrido sólo varios meses y el gas de esquisto no es ya noticia. En vísperas del nuevo año se conocían ya suficientes datos para ver con toda claridad la marcha inexorable del mundo hacia el abismo, amenazado por riesgos tan extremadamente graves como la guerra nuclear y el cambio climático.”
Más adelante, dice que “según el analista norteamericano Daniel Yergin, autor de un voluminoso clásico de historia del petróleo: ‘La explotación de una plataforma con seis pozos puede consumir 170 mil metros cúbicos de agua e incluso provocar efectos dañinos como influir en movimientos sísmicos, contaminar aguas subterráneas y superficiales, y afectar el paisaje.’ British Petroleum informa por su parte que ‘las reservas probadas de gas convencional o tradicional en el planeta suman 6608 billones (millón de millones) de TCF (pies cúbicos, por sus siglas en inglés), y los depósitos más grandes están en Rusia (1580 TCF), Irán (1045), Qatar (894), y Arabia Saudita y Turkmenistán, con 283 TCF cada uno.’ Se trata del gas que se venía produciendo y comercializando.” Castro cita el informe de la EIA –la agencia federal norteamericana de información energética– que difiere en pequeñas cifras de los datos de la British Petroleum: un total de 6620 TCF de shale gas recuperable en 32 países. “Los gigantes son: China (1.275 TCF), Estados Unidos (862), Argentina (774), México (681), Sudáfrica (485) y Australia (396 TCF).”
Y acá viene otro problema, el del medio ambiente, que se agrega a lo costoso de la extracción. Dice Fidel, citando al académico y ganador del Pulitzer Daniel Yergan, que para extraer el gas o el petróleo de las lutitas (las rocas sedimentarias que lo alojan) se utiliza un método llamado fracking (fractura hidráulica), que consiste en la inyección de grandes cantidades de agua más arenas y aditivos químicos. Este cronista confirmó con un ingeniero ex ypefiano que trabaja en otra petrolera privada que se está avanzando en Neuquén en la utilización del fracking y que las rocas extraídas fueron enviadas a laboratorios estadounidenses para avanzar en los planes de extracción.
Pero Yergan advierte, según Fidel: “Como se trata de bombardear capas de la corteza terrestre con agua y otras sustancias, se incrementa el riesgo de dañar subsuelo, suelos, napas hídricas subterráneas y superficiales, el paisaje y las vías de comunicación si las instalaciones para extraer y transportar la nueva riqueza presentan defectos o errores de manejo”, y agrega que “la generación de shale gas involucra altos volúmenes de agua y la excavación y fractura generan grandes cantidades de residuos líquidos, que pueden contener químicos disueltos y otros contaminantes que requieren tratamiento antes de su desecho”.
Lo cierto es que la Argentina tiene como un desafío cierto el aprovechamiento de estas reservas de shale gas, cuya producción mundial saltó de 11.037 millones de metros cúbicos en 2000 a 135.840 millones en 2010 y que, según el estudio de la EIA, podría llegar a cubrir el 45% de la demanda mundial de gas en 2035. Esto significa que el uso intensivo de agua –recurso escaso-, la contaminación de las napas y la liberación de gases invernadero, lejos de atenuar los problemas del cambio climático, los convertirán en un problema aún más crítico.
Miradas al Sur