Por Salvador Capote
¿Cuánto cuesta un galón de gasolina en Estados Unidos? ¿Cuatro dólares? –Bueno, eso es lo que usted paga en la gasolinera, pero una parte sustancial de sus contribuciones al erario están destinadas, directa o indirectamente, a pagar por la gasolina que consume su auto. ¿Que no tiene auto? –No importa, pagará de todos modos.
Esto es debido a que el petróleo tiene un precio escondido que no lo determina el mercado ni los especuladores. Para demostrarlo, tomemos como ejemplo el despliegue de la Quinta Flota de la Armada de Estados Unidos, compuesta de portaaviones (incluidos portaaviones nucleares), buques anfibios, naves de escolta y de suministros, otras diversas naves de guerra, aviones, helicópteros, unos 15,000 marinos y unas 1,000 personas más de apoyo en tierra. ¿Cuánto cuesta diariamente mantener esta flota (y es sólo una de ellas) en condiciones operativas? –No tengo el dato, pero puedo asegurar que la cifra alcanza y sobrepasa siete dígitos.
La Quinta Flota es responsable de las fuerzas navales en el Golfo Pérsico, el Mar Rojo y el Mar Arábigo, principalmente. En otras palabras, su función primordial es la de proteger los intereses petroleros de Estados Unidos en el Oriente Medio y el Asia Central. Si debajo de las arenas de aquella lejana parte del mundo no existiesen mares de petróleo no existiría tampoco allí una amenazante Quinta Flota, a Estados Unidos le importaría un bledo el carácter dictatorial o democrático de los regímenes existentes en la región y no gastaría un centavo en promover supuestamente los derechos civiles.
Estados Unidos adquiere anualmente unos 300 billones de dólares en petróleo, alrededor del 70 % de todo el que consume. Del Medio Oriente recibe entre 60 y 80 billones. Pero ¿cuánto cuesta a Estados Unidos el asegurar militarmente sus intereses petroleros en diversas regiones del mundo? –En 2005, el “International Center for Technology Assessment” estimó el costo en unos 100 billones de dólares anuales. No olvidemos –añadiría yo- que toda esa inmensa maquinaria bélica se mueve mediante un alto consumo del mismo petróleo cuya posesión asegura. Sólo la guerra para apoderarse de los recursos petroleros de Irak, según cálculos del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, ha costado a Estados Unidos más de 3 trillones de dólares, cantidad que sería más que suficiente para ofrecer servicios médicos gratuitos y de primera calidad, a toda la población norteamericana, durante los próximos treinta años.
En Afganistán no se han descubierto hasta el presente grandes reservas de petróleo pero este país ocupa un lugar estratégico insustituible en los proyectos de oleoductos y gasoductos que podrían atravesar su territorio desde Rusia y los países de Asia Central. Recordemos que el estado fronterizo de Turkmenistán ocupa el cuarto lugar mundial en reservas de gas natural. Un proyecto de 1,050 km, el TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India) conduciría el gas natural desde los yacimientos de Yolotan Sur hasta el Océano Indico. De acuerdo con los protocolos de intención, el gasoducto podría ser construido con financiamiento del “Asian Development Bank” en 2014-2015. Pero éste, al igual que otros ambiciosos proyectos transafganos, exigiría, por supuesto, el logro de una estabilidad en la región que Estados Unidos no ha sido capaz de alcanzar.
El Mar Caspio se considera uno de los sitios de mayor importancia estratégica en el mundo debido a sus reservas de petróleo y gas natural. Irán, país litoral al igual que Rusia, Kazajstán, Azerbaiján y Turkmenistán, es la gran piedra en el zapato de las corporaciones petroleras. En 1998, Dick Cheney, alto ejecutivo entonces de Halliburton, afirmó: “No recuerdo ningún otro período en que una región haya emergido tan súbitamente, por su importancia estratégica, como la región del Caspio” (1).
En septiembre de 2001 el “San Francisco Chronicle” publicó relaciones muy significativas entre las rivalidades por el control de las fuentes y mercados de hidrocarburos y la guerra contra el terrorismo: “El mapa de los objetivos y santuarios terroristas en el Oriente Medio y Asia Central es, en grado extraordinario, el mismo de las principales fuentes emergentes de energía en el mundo del siglo XXI.” Era inevitable –añadía el artículo- que la guerra comenzada en Afganistán contra el terrorismo fuese vista como una guerra en beneficio de Chevron, Exxon y Arco (U.S.A.); British Petroleum (G.B.); TotalFinalElf (Francia); etc., con cientos de billones de dólares invertidos en la región (2).
Entre finales de 2001, con las escaramuzas en Tora Bora, y febrero de 2004, coincidiendo muy convenientemente esta última fecha con el inicio de la campaña electoral para la reelección del presidente George W. Bush, transcurrieron más de dos años durante los cuales cesó, sin justificación alguna, la persecución del principal jefe terrorista, Osama bin Laden. Una vez reelecto Bush, el interés por la captura de bin Laden se difuminó nuevamente y el esfuerzo militar de Estados Unidos se dirigió casi en su totalidad hacia el ataque a otro país, Irak, que nada tuvo que ver con los sucesos del 11 de septiembre. La única explicación lógica de este disparate tanto militar como político es que la guerra contra el terrorismo era sólo un pretexto y el verdadero objetivo inmediato era el control de las riquezas petroleras iraquíes.
De modo que, a lo que usted paga en la gasolinera, debe sumar lo que paga en impuestos para garantizar militarmente que los intereses petroleros de Estados Unidos prevalezcan sobre los de otros países. Claro que no todo el petróleo se utiliza para mover los autos, pero igual hubiéramos podido tomar como ejemplo la producción industrial, la generación de electricidad, la aviación comercial, la utilización de maquinaria agrícola o cualquier otra esfera en que se requiera la utilización de combustibles.
Debemos convenir entonces en que usted paga mucho más que lo aparente por llenar el tanque de su auto. Es el precio oculto que permite que las grandes corporaciones petroleras impongan su ley a escala planetaria y obtengan ganancias fabulosas con el respaldo cómplice del gobierno y de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Habría que sumar todavía el costo de la destrucción de los ecosistemas por los derrames de hidrocarburos, de la contaminación atmosférica y de otros daños ecológicos de los cuales gobiernos y corporaciones son en gran parte responsables.
Pero hasta aquí hemos hablado solamente del precio en dólares. Lo peor es que por el petróleo se paga también un precio en sangre. Sigamos con Irak para ilustrar el caso. En ese país han muerto cerca de 200,000 iraquíes por causa de la guerra, en su abrumadora mayoría civiles, y más de 5,000 soldados estadounidenses. Otros cientos de miles resultaron heridos. Las cifras exactas, sin embargo, nunca se sabrán. De acuerdo con algunos estimados, es superior a 1,000,000 la cifra verdadera de bajas.
La destrucción causada por las guerras de Estados Unidos por el petróleo, y sus secuelas de muerte, enfermedad, incapacitación, éxodo de poblaciones, separación de familias, destrucción de vidas e incontables sufrimientos es, sin duda alguna, uno de los más altos tributos imperiales impuestos a la humanidad y añaden al precio en dólares del petróleo un precio en sangre infinitamente mayor.
Este precio será, a todas luces, impagable, porque cada hogar o ciudad destruida, cada torturado en Abu Grahib, en Guantánamo o en las cárceles secretas, cada soberanía pisoteada, cada riqueza robada, cada sentimiento religioso escarnecido, siembra odio y voluntad de venganza contra los invasores y aumenta el precio a pagar por esta generación y también –quizás mayor- por las generaciones venideras.
Notas:
(1) Tom Turnipseed: “Bush, Enron, UNOCAL and the Taliban”, Counter Punch, Jan. 10, 2002.
(2) Frank Viviano: “Energy future rides on U.S. war/ Conflict centered in world’s oil patch”, San Francisco Chronicle, Sept. 26, 2001.
ALAI, América Latina en Movimiento