Científicos británicos modifican los genes de un microbio del intestino grueso para que sea capaz de producir diésel apto para mover un coche sin necesidad de transformar su motor.
Una bacteria de unas milésimas de milímetro que vive entre heces en nuestro intestino grueso puede hacer temblar al presidente ruso Vladímir Putin, al rey saudí Abdalá bin Abdelaziz y al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, señores del petróleo en el mundo. El microbio, la Escherichia coli, acaba de demostrar que es capaz de fabricar combustible diésel gracias a una modificación de sus genes, un logro que revolucionará el planeta si se consigue sortear los múltiples obstáculos que quedan para su comercialización a gran escala.
La bacteria Escherichia coli es el ser vivo más estudiado por el ser humano y, desde la década de 1970, los científicos hacen virguerías con sus genes para conseguir, por ejemplo, que produzcan insulina para la diabetes o unas proteínas empleadas para el tratamiento del cáncer, los interferones. Ahora, un grupo de investigadores británicos ha modificado los genes del microbio para que fabrique un biocombustible que imita las propiedades del petróleo.
Las implicaciones del logro, publicado hoy en la revista PNAS, son monumentales. El transporte se bebe actualmente el 60% de la producción mundial de petróleo y se espera que su demanda se dispare desde los 85 millones de barriles al día de 2007 hasta 104 millones en 2030. “El grueso de la producción de petróleo se encuentra cada vez más en regiones inseguras, lo que provoca interrupciones en la distribución y un aumento de los costes”, subrayan los científicos, de la Universidad de Exeter y de la petrolera Shell. La propia compañía angloholandesa es responsable de centenares de vertidos en el delta del río Níger (Nigeria), de los que ha culpado a menudo a saboteadores y a ladrones que agujerean sus oleoductos para robar petróleo.
Sin depender de Arabia Saudí
Disponer de un ejército de bacterias produciendo combustible, sin necesidad de depender de países petroleros como Rusia, Arabia Saudí o Irán, está más cerca de dejar de ser ciencia ficción, pero todavía quedan “desafíos para su comercialización”, como reconoce John Love, director del grupo de biocombustibles microbianos de la Universidad de Exeter. Actualmente, “el coste de un litro de diésel bacteriano sería de miles de dólares, es demasiado alto”, explica.
Love y sus colegas han aislado genes de otras especies de bacterias y han preparado un cóctel con ellos en el interior de la Escherichia coli. Han utilizado, por ejemplo, genes de Photorhabdus luminescens, una bacteria que emite luz y es letal para los insectos. El microbio transgénico resultante es capaz de convertir ácidos grasos en hidrocarburos “estructural y químicamente idénticos” a los hidrocarburos habituales del diésel.
“Si todo va bien, este tipo de combustibles se podría usar dentro de 10 o 15 años. Como son réplicas exactas de combustibles fósiles, la persona que llene el depósito del coche en la gasolinera no se dará ni cuenta de que está usando un biocombustible”, opina Love.
Con dinero de Shell
La petrolera Shell ha financiado su proyecto “durante varios años”, pero el investigador no detalla con cuánto dinero “por razones de confidencialidad comercial”. El equipo de Love trabaja ahora para optimizar el proceso, buscando un sustrato de escaso valor en el que las bacterias puedan proliferar y tratando de que los microbios consuman menos energía por cada unidad de hidrocarburo que producen.
Los actuales biocombustibles, a base de etanol o de biodiésel procedente de aceites vegetales, no son completamente compatibles con los motores más modernos y con menores emisiones de CO2. Como mucho, representan entre el 10% y el 20% de una mezcla con derivados del petróleo que hace que el coche funcione. Sin embargo, el diésel bacteriano sí funcionaría en los motores actuales sin necesidad de ninguna revolución tecnológica, según Love.
Además, según el biotecnólogo, su combustible de origen microbiano presenta un “balance de CO2 neutral”. Las plantas toman CO2 de la atmósfera y lo transforman en azúcares durante la fotosíntesis. Las bacterias, señala Love, se alimentan de estos azúcares. “Quemar este combustible produce CO2, pero en este caso estaríamos quemando combustible producido en última instancia a partir de una fuente biológica, no fósil, así que el CO2 producido habría sido fijado antes por las plantas. Por lo tanto, la producción de CO2 se equilibra con la fijación previa”, argumenta.
La química Cristina Otero, del Instituto de Catálisis y Petroleoquímica (CSIC) de Madrid, aplaude el avance, pero es escéptica con que este tipo de combustible esté listo en 10 o 15 años. La propia Otero ha desarrollado procesos de obtención de biodiésel que no han llegado al mercado por su excesivo precio. “Habrá que ver cómo abaratan el proceso y cuál es su tope de producción volumétrica”, señala. “Es una idea muy buena y novedosísima, pero está en un estado muy temprano y habrá que estudiar también cuáles son sus repercusiones ambientales y sobre los seres vivos, al tratarse de una bacteria clonada”.
Es materia