Como saben, la fractura hidráulica o fracking es una técnica utilizada para liberar gas o petróleo de rocas sedimentarias de muy baja porosidad y permeabilidad (shales) a base de inyectar en el subsuelo agua a presión, junto a pequeñas cantidades de arena y productos químicos. El uso de esta técnica ha suscitado una viva polémica que desde una perspectiva desapasionada, estrictamente científica, revela mucha más opinión y convicción que conocimiento y espíritu crítico. Algo que no resulta sorprendente en una sociedad que vive inmersa en un proceso acelerado de trivialización y simplificación de los temas complejos, como es el caso de la sostenibilidad energética.
Esta pasa por la resolución de un trilema, definido por tres retos íntimamente relacionados entre sí y que no pueden solventarse uno a uno, independientemente de los otros dos. Podemos decir que la sostenibilidad energética se dirime en tres frentes de batalla simultáneos, que dibujan un triángulo con vértices definidos por la e de la economía, la e de la energía (o de seguridad de suministro) y la e de la ecología (o del medio ambiente-cambio climático). Lo aconsejable en política energética es buscar el baricentro de este hipotético triángulo. Si adoptamos medidas muy decantadas hacia uno de los vértices, corremos el riesgo de descuidar los otros dos frentes de batalla y perder la guerra. Esto quiere decir que debemos aspirar a un mix energético lo más limpio, barato y seguro posible. No nos podemos conformar con disponer de un suministro abundante a precios competitivos, pero medioambientalmente sucio. Sin embargo, tampoco resulta recomendable aspirar a un suministro limpio, a costa de descuidar la seguridad y/o los costes.
En este contexto, parece lógico pensar que un análisis riguroso de la técnica de fracturación hidráulica requiere, como mínimo, revisar el balance arrojado en cada uno de los tres frentes citados. Algo que solo puede hacerse para el caso de Estados Unidos: a fin de cuentas, la producción comercial de petróleo y gas mediante dicha técnica se restringe prácticamente a este país y de manera accesoria a Canadá.
Por lo que respecta a la seguridad de suministro, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) señala que el repunte de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos, impulsado por la tecnología de la fracturación hidráulica, está en vías de redibujar el mapa energético global. La Agencia prevé que Estados Unidos se convierta hacia 2020 en el mayor productor mundial de petróleo, desplazando temporalmente, hasta mediados de la década de los veinte, a Arabia Saudí. Esto, unido a los efectos de las nuevas medidas de eficiencia energética previstas para el sector del transporte, comportaría una caída continuada de las importaciones de petróleo, hasta el punto que hacia 2030 Norteamérica se habría convertido en una región exportadora neta de este hidrocarburo. Y algo similar sucede con el gas natural. Las previsiones de la AIE son que en el año 2035 algo más de la mitad de la producción de gas en Estados Unidos se obtenga mediante la aplicación de técnicas de fracturación hidráulica. Esto haría que el país, que en 2010 importaba cerca de un 10% de su consumo, pudiera transformarse a medio plazo en un exportador neto.
En conjunto, las proyecciones apuntan a que Estados Unidos, que día importa cerca del 20% de su demanda total de energía, se convierta hacia 2030 en prácticamente autosuficiente, lo que supone una diferencia radical respecto a la tendencia prevista para el resto de los países que actualmente son importadores de energía. En este sentido, merece la pena destacar que, durante el mismo periodo, la dependencia de las importaciones de petróleo y gas de la Unión Europea podría haberse incrementado a porcentajes cercanos al 90%.
La situación en el frente de la economía también revela un balance positivo. No cabe duda de que el repunte de la producción de petróleo y gas en Estados Unidos mediante el uso de la fracturación hidráulica está impulsando la actividad económica del país, creando una nueva industria, generando puestos de trabajo y abaratando los precios del gas y de la electricidad. Un factor este último que, además de un alivio para la economía doméstica, supone un importante atractivo para la implantación de nuevas industrias y una mejora de la competitividad de las ya existentes.
Aunque existen dudas sobre la persistencia en el tiempo de los bajos precios del gas en Estados Unidos —hay quien incluso habla de una burbuja a punto de estallar— las previsiones de la AIE son que durante el periodo 2010-2035 el precio del gas en dicho país será entre tres y dos veces más barato que la media de la Unión Europea, mientras que los precios de la electricidad en esta zona serán de cuatro a cinco veces más caros que en Estados Unidos, lo que sin duda supondrá un pesado fardo para la competitividad de la industria del Viejo Continente.
En contraposición a los dos frentes analizados, el del medio ambiente presenta un balance bastante menos halagüeño, aglutinando el grueso de las críticas de los opositores a la fracturación hidráulica. Hasta la fecha se han perforado un millón largo de pozos en Estados Unidos utilizando dicha técnica y, como no podía ser de otra manera, la curva de aprendizaje, iniciada hace tres décadas por compañías pequeñas y con poco margen económico, aparece jalonada por incidentes fruto del proceso de ensayo-error y de las malas prácticas inherentes al nacimiento de cualquier nueva industria. A esto debe añadírsele otros impactos intrínsecos a la técnica de fracturación hidráulica, tales como una intensiva ocupación del territorio, un importante consumo de agua dulce y la generación ocasional de microseísmos. Todo ello sin olvidarnos de la necesidad de gestionar adecuadamente un volumen creciente de los fluidos recuperados tras el proceso de fracturación, así como de las emisiones de dióxido de carbono originadas, en algunas regiones, por la quema del gas asociado a las explotaciones de petróleo no convencional.
En el análisis del impacto ambiental, la ciencia no ha podido seguir el ritmo impuesto por la industria
Los oponentes a la técnica de la fracturación hidráulica también hacen hincapié en la frecuente e inevitable contaminación de acuíferos por la migración de parte de los fluidos inyectados en el subsuelo, así como por el metano liberado de las rocas. Sin embargo, las evidencias recogidas en la literatura científica apuntan a que, salvo en el caso de accidentes provocados por malas prácticas durante las perforaciones, no existen pruebas concluyentes sobre la realidad de ambos fenómenos, básicamente por la ausencia de estudios solventes al respecto. Esta carencia es atribuida a que las operaciones de las compañías perforadoras están protegidas legalmente por cláusulas de confidencialidad, a la dificultad de que las investigaciones científicas puedan acompasarse al ritmo frenético impuesto por la industria (en el conjunto de Estados Unidos se perforan varias decenas de miles de pozos por año) y a la falta de una financiación adecuada para la investigación.
Parece, pues, que en Estados Unidos la ciencia no ha podido seguir el ritmo impuesto por la industria en el tema de los impactos ambientales de la fractura hidráulica, particularmente en el caso de las pautas de migración de los fluidos inyectados o liberados en el subsuelo. Estamos hablando de un ritmo endemoniado, posiblemente alimentado por la codicia: no en vano, en la mayor parte de Estados Unidos, el propietario de un terreno también lo es de las potenciales riquezas escondidas debajo, en el subsuelo.
Mi opinión es que Estados Unidos no ha resuelto satisfactoriamente el trilema formulado al comienzo de este artículo. Simplemente se ha limitado a dejar actuar al mercado sobre el eje economía-seguridad de suministro. Es hora de que las Administraciones, de la mano de la ciencia y con la complicidad de las organizaciones sociales, busquen un mayor compromiso con el medio ambiente a través de la regulación.
Algo similar a lo que acaba de ocurrir en el Estado de Illinois donde, tras una inusual colaboración entre la industria y algunos grupos ambientalistas, se ha aprobado la regulación más estricta de Estados Unidos con el propósito de crear miles de puestos de trabajo en ciertas zonas económicamente deprimidas.
Mariano Marzo Carpio es catedrático de Recursos Energéticos en la Facultad de Geología de la Universidad de Barcelona.