Cuando se acaba la política del relato

Por Eduardo Van Der Kooy.- Resulta imprescindible, ahora más que nunca, separar el relato de los hechos. Cristina Fernández y otras voces de su coro estable repitieron en los últimos días el propósito del Gobierno de continuar, pese a la derrota electoral, con “la profundización del modelo”. Ese eslogan pretencioso fue asociado en las épocas de apogeo kirchnerista al célebre y equívoco – está a la vista–“vamos por todo”. Ese mismo eslogan, a esta altura de la historia, ni siquiera parece resistir una simulación.
El cambio de rumbo, quizá, se atenúa un poco por las singularidades del teatro político. La Presidenta se mantiene como principal protagonista, dosificando con destreza sus apariciones públicas. Mientras tanto empieza a madurar el proyecto sucesorio. Los presidenciables de la oposición asoman lejos de posicionarse frente a ella. Daniel Scioli y Sergio Massa circunscriben su batalla a Buenos Aires.

Mauricio Macri se mueve con cautela frente al inicio de la transición cristinista. Los radicales, fieles a su tradición, se enfrascaron en riñas internas para podar a Julio Cobos y dejarlo al margen de la próxima conducción en Diputados. El socialismo está atento a lo que sucede en Santa Fe, su bastión. Allí la mezcla de marginalidad con narcotráfico se ha convertido en una amenaza permanente.
La abundancia verbal y la ampulosidad política de Jorge Capitanich podrían interpretarse todavía como un simple maquillaje. Pero el preacuerdo con Repsol por la expropiación de YPF sería otra cosa.
Una marcha del Gobierno para desandar un camino errado. Una corrección necesaria que, sin embargo, significa una derrota y resulta indigesta para el sostenimiento del relato.
Dos frases de Axel Kicillof, mentor de aquella decisión arrebatada en el 2012, sintetizarían todo. El 12 de abril de ese año en el Senado, el ahora ministro de Economía despachó: “Los tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y cumplir con lo que dice la empresa”. El jueves pasado se encargó de cerrar el círculo: “Es imposible no pagar una indemnización porque sería ilegal”, remató, sin una señal de rubor. Aunque todavía faltan precisiones, nuestro país compensará entre US$ 5.000 y US$ 8.000 millones a la petrolera española.
El viraje del Gobierno en ese terreno tuvo muchos menos actores de los que se mencionó. El hombre clave de la Argentina en la ardua negociación con la empresa petrolera fue Miguel Galuccio, el CEO de YPF. Fuera de las fronteras resultaron determinantes Emilio Lozoya, el mexicano titular de Pemex; Antonio Peña Nieto, el presidente de México y Mariano Rajoy, el premier de España. Los demás intervinientes pertenecieron, más que nada, a la línea de reparto.
Galuccio es un viejo conocido de Lozoya.
“Mi cuate”, lo llamó en octubre durante un diálogo con la prensa española. “Cuate” significa en la jerga mexicana sinónimo de amigo o gemelo. Ambos se conocieron hace años cuando Galuccio era ejecutivo en la empresa de servicios petroleros estadounidense Schlumberger. Fue designado gerente general para México y América Central. Firmó infinidad de convenios con Pemex. ¿Qué tendría que ver la petrolera mexicana con todo esto? Tiene sociedad con Repsol y está interesada en participar en la exploración de las cuencas hidrocarburíferas no convencionales que posee la Argentina. Entre ellas, Vaca Muerta, en Neuquén.
Entre Repsol y Pemex subsistía una indisimulada tirantez por la existencia del conflicto con la Argentina a raíz de la expropiación de YPF. Fue en ese contexto que irrumpieron Peña Nieto y Rajoy. El mandatario mexicano instruyó a Lozoya para que facilitara como fuera el diálogo entre las partes.
¿Habría estado Washington también detrás de esa gestión de Peña Nieto?
El premier español, luego de algunos desencuentros, accedió a un pedido del Gobierno argentino. Que enviara de garante del pre-acuerdo con Repsol a un ministro de su administración. Por ese motivo estuvo un día en Buenos Aires Juan Manuel Soria, el titular de Industria y Energía.
Aquel preacuerdo había sido bien conversado con Isidro Faine, presidente de La Caixa y vicepresidente de Repsol. Pero un trámite similar, que luego se diluyó, había sido esbozado por él mismo en junio último. Faine comparte la cúpula de Repsol con el catalán Antonio Brufau, el amigo de Julio De Vido, maltratado por Kicillof durante la expropiación. Dicen en la Casa Rosada que Brufau habría boicoteado ese preacuerdo. La misión de Soria terminó de sellar todo esta vez. Al punto que Faine ni siquiera participó de la asamblea accionaria que aprobó, con varias reservas, el preacuerdo con la Argentina. La noche antes viajó a Hong Kong y delegó su voto en Brufau.
El difícil preacuerdo forzó a Cristina a dos gestos diplomáticos con diferente sabor. Agradeció a Rajoy, con quien nunca tuvo buena sintonía por dos razones: su identidad derechista (es el líder del PP) y su rotunda negativa para que Felipe González mediara por Repsol. También saludó a Peña Nieto. Pero el presidente mexicano pertenece al PRI.
Algo en la historia ha vinculado siempre a ese partido con el peronismo. Quizás, desde ahora, las relaciones bilaterales puedan mejorar. La Presidenta nunca había congeniado con Felipe Calderón, el antecesor, dirigente del PAN (Partido de Acción Nacional).
El preacuerdo con Repsol podría despejar apenas una nube de un horizonte externo tormentoso. Galuccio está convencido de que el viraje era inevitable para poder afrontar la crisis energética que consume anualmente miles de millones de dólares al país. Pero el intento de ordenamiento del sector traería aparejadas otras consecuencias antes las cuales todavía el Gobierno parececarecer de respuestas.
Llegaron y seguirán llegando los aumentos de los combustibles. Eso impacta en el conjunto de la actividad económica. La inflación se acelera y nadie se aparta todavía del libreto escrito por Guillermo Moreno. Kicillof sigue negando la inflación y Capitanich promete un supuesto acuerdo de precios como si se tratara de una novedad. Ese mecanismo sirvió de algo en los tiempos de un Gobierno fuerte y confiable. Pero esos atributos se extraviaron hace rato.
Se notó, a propósito, con el proyecto de ley para gravar a los autos de alta gama. El texto sufrió una primera modificación no bien fue remitido a Diputados. Legisladores kirchneristas se preguntan –más allá de la lógica de la medida– qué efecto importante tendría para paliar la salida de dólares. El efecto es mínimo, sobre todo para un Banco Central que la semana anterior perdió US$ 940 millones y que redondeó una caída de US$ 2.100 millones en noviembre. Cierto freno de la semana pasada podría explicarse por la intervención en el mercado cambiario del Banco Nación y la ANSeS. Capitanich y Kicillof han empezado a estudiaralgún modo de escape del cepo cambiario, que como herencia inolvidable dejó Moreno. Pero se estremecen delante del cuadro: cuando se implementó la medida a fines del 2011 las reservas del Central ascendían a US$ 47.600 millones; dos años después están en US$ 31.100 millones, siempre con tendencia a la baja.
Las inversiones en el área energética que podría acarrear el preacuerdo con Repsol son aún remotas. Pero los oficios de Galuccio en ese tema tendrían otras derivaciones. El CEO de YPF fue recomendado a Cristina por Sergio Urribarri. El gobernador de Entre Ríos presume que ha perdido campo frente a Capitanich en su ambición por sumarse a la carrera sucesoria K. Hace gestiones a través de Carlos Zannini, el secretario General, para saltar desde la provincia al Gabinete.
¿Futuro ministro del Interior si Florencio Randazzo se queda solamente con Transporte?
Zannini empujó a Uribarri cuando la Presidenta resolvió los cambios en su equipo de ministros. Pero ella optó por Capitanich.
El jefe de Gabinete se siente resguardado en el PJ. Urribarri es mejor visto por los sectores ultracristinistas. Capitanich está satisfecho con sus primeras dos semanas en la escena mayor. Tal vez no obtuvo muchos resultados concretos, pero la primera encuesta que hojeó con sus manos lo llenó de satisfacción:empieza a tener registro nacional entre los hipotéticos presidenciables.
Módica cifra de apenas un dígito. “Pero así arrancó Kirchner (Néstor)”, se esperanzó uno de sus colaboradores. En el 2003, también como se exhibe hoy, el peronismo se presentó muy fragmentado.
Cristina ha dado con el preacuerdo con Repsol su golpe de timón más sorprendente de los dos mandatos. Cualquier dirigente no peronista en su lugar hubiera resultado acribillado por las críticas. Pero la Presidenta supo sacarle punta a dos ventajas: arreó a la mayoría de la oposición cuando se lanzó a la expropiación de YPF; sabe que desde el interior del peronismo, aun los que la pretenden suceder, se respetan códigos. Scioli, por ejemplo, sostuvo que el pre-acuerdo con Repsol es positivo“porque alentará las inversiones y facilitará el desarrollo”. El 4 de mayo del 2012 había dicho que la expropiación iba “en el sentido del mundo” y que “alentaría inversiones”. Las mismas palabras para dos situaciones antagónicas.
A Massa aún no se lo pudo escuchar.
El problema de Cristina no está con la clase dirigente, donde pagaría bajos costos. Está con el 70% de la sociedad que en octubre la notificó con una tremebunda factura.
Clarín