¿Qué tan verdes son los llamados hidrógenos bajos en emisiones? ¿Qué hay de viejo y conocido en esta nueva alternativa energética eco-friendly? ¿Por qué hablamos de promesas y riesgos, y nos preguntamos sobre las posibilidades? Para responder estas y otras preguntas, convocamos a Lorenzo López, consultor del Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE), de Perú; a Soraya Vanini Tupinambá, del Instituto Terramar, de Brasil; y a Juan Pablo Nievas, de la Asamblea en Defensa del Territorio de Puerto Madryn, la Red de Comunidades Costeras y el Grupo de Reflexión y Autoformación en Transiciones Ecosociales (GRATE). Lorenzo, Soraya y Juan Pablo compartieron sus investigaciones, experiencias y reflexiones en el segundo encuentro regional de intercambiamos “Hidrógeno Verde: Promesas, riesgos y ¿posibilidades?”, organizado por GRATE y OPSur.
La fase final de producción
El hidrógeno verde, producido a partir de la electrólisis del agua, es considerado una alternativa limpia por no producir emisiones de carbono durante su combustión y su proceso productivo final. Sin embargo, cuando se observa todo el ciclo productivo, la conclusión cambia. En ese aspecto profundizó López, quien trabaja gobernanza socio-ambiental en torno a las actividades extractivas en Perú y América Latina, y tiene un máster en Tecnología Ambiental con especialización en Gestión de Recursos Ambientales (Imperial College de Londres).
“Si bien tenemos la triada básica: planta de electrólisis (para producir el hidrógeno), el agua (que es el insumo básico), y la electricidad renovable; esto esconde una pluralidad de procesos industriales previos que componen el ciclo de vida de esta tecnología”, detalló López, al iniciar la intervención. Lorenzo tomó el caso de la energía eléctrica y su generación a partir de un parque eólico. Desglosó los componentes de las turbinas eólicas – aspa-rotor, un aerogenerador, una base de cemento, etc – y subrayó que cada uno de ellos se fabrica en distintos lugares del mundo, desde donde deben ser transportados y luego ensamblados. “Cada uno de estos componentes tiene su propio ciclo de vida y tiene unos componentes previos que requieren una cierta cantidad de recursos naturales, que tienen que ser procesados, refinados, transportados, ensamblados, para recién llegar a ser este componente. Entonces me parece crítico que, al analizar el impacto real del hidrógeno verde, no nos limitemos a la fase final de producción, sino que tomemos en cuenta toda la complejidad de los impactos acumulativos de todo este ciclo de vida”, subrayó.
Tomando la perspectiva de ciclo de vida, el primer impacto de la producción de hidrógeno verde que identifica Lorenzo es el alto consumo de agua y “de recursos naturales y de recursos minerales”. Resaltó que se necesitan 91 toneladas de agua y 27 de combustibles fósiles por cada tonelada de hidrógeno verde, y se generan 646 toneladas de residuos mineros. El consultor de GRADE también se refirió a la huella espacial de la producción de hidrógeno verde, es decir, las grandes superficies ocupadas con parques eólicos y fotovoltaicos necesarias para generar la energía que demandan las plantas de producción. Mencionó, además, el dudoso retorno, “a lo largo del ciclo de vida, consumiría más energía para producir el hidrógeno de la que este libera al final durante su combustión”.
Renovable por renovable
“De quién es esta transición energética, es una pregunta fundamental. ¿Por qué? Porque Brasil tiene una matriz eléctrica renovable, no es un reto para nosotros. De la matriz energética, casi 50 % son renovables, y de la matriz eléctrica, el 83 %”, destacó Soraya Vanini Tupinambá como primer punto de su intervención. “Es equivocado hablar de una transición energética en Brasil, lo que tenemos es, tal vez, una estrategia de seguridad energética a partir de la sustitución de hidroeléctricas por eólicas y solares, y esto se da a un costo altísimo”, subrayó.
Soraya es activista en ecología política e integrante del Instituto Terramar y a través de esa organización forma parte de la Red Brasileña de Justicia Ambiental. Además tiene una maestría en Desarrollo y Medio Ambiente (Universidad Federal de Ceará) y otra en Gestión de Áreas Costeras (Universidad de Cádiz).
En Brasil hay instalados 11133 aerogeneradores y 1043 usinas, el 90 % se concentra en el nordeste, distribuidos en nueve estados [provincias]. La instalación de parques eólicos en la zona costera no sólo pone en riesgo los acuíferos que se encuentran bajo las dunas, sino también los ecosistemas como los manglares y la caatinga. “Toda esta expansión, ¿para qué?”, preguntó Soraya. “Hoy no hay necesidad, tenemos sobreoferta de energía. Nuestra energía se va al sudeste del Brasil por las líneas de transmisión, y recientemente tuvimos un apagón porque está sobrepasada la capacidad de transmisión. Se van a invertir billones de reales para la construcción de líneas de transmisión y eso se va a sumar en la tarifa. Y todo esto está siendo impulsado por la industria naciente del hidrógeno verde”, explicó.
El nordeste de Brasil, la región más pobre del país, es abundante en vientos y radiación solar, allí se promueve la producción de hidrógeno verde; lo mismo sucede en Río Grande do Sul, donde se proyectan parques eólicos offshore. En cambio, en la región de Río de Janeiro, asociado a la explotación de hidrocarburos, se plantea el hidrógeno azul. “En Brasil tenemos 1573 kilómetros de costa y hay 95 usinas [parques] eólicas planteadas para el mar”, detalló Soraya. “Esto es un problema tremendo porque toda nuestra productividad tropical está asociada a la plataforma continental. Es ahí donde está la producción pesquera, donde está la biodiversidad, pero también donde están las eólicas”, advirtió. “Esto es muy preocupante porque nuestra crisis no solo es por el cambio climático, sino que es una crisis porque se han sobrepasado los límites planetarios. No podemos pensar en la transición como quien mira por un catalejo y solo ve emisiones de CO2”.
Los alambrados del siglo XX
Juan Pablo Nievas, licenciado en Ciencias Biológicas y docente, se refirió a los dos desarrollos de hidrógeno verde existentes en la Patagonia argentina. Uno en Pico Truncado, Santa Cruz, y el otro en Comodoro Rivadavia, Chubut.
“La planta de Pico Truncado [que es municipal] se inauguró con un objetivo de escuela/fábrica, como una unidad experimental donde se desarrollaron varios procesos de investigación, de elaboración de prototipos, generación para módulos de almacenamiento”, explicó. “Pero a partir de 2005 comenzó otra etapa, que apunta a que el proyecto pase a una fase industrial, planificada para 2025/2026. El objetivo es la producción de hidrógeno verde, con subproductos: agua potable para consumo, agua destilada y generar calefacción a invernaderos para producir alimentos, frutas y verduras”, detalló.
En el caso de Comodoro Rivadavia, puntualizó que la planta pertenece a la empresa Hychico, de la compañía petrolera Capsa-Capex, y que comenzó como algo bastante experimental. “Fue inaugurada en 2008 y tiene dos parques eólicos y la planta de hidrógeno, con capacidad de producir 120 m3/h de hidrógeno y de 60 m3/h de oxígeno. El hidrógeno producido se almacena subterráneamente y se mezcla con gas natural para alimentar un motor de 1.4 HP, que abastece de energía al yacimiento petrolero de la compañía”, contó Juan Pablo. Hychico proyecta llegar a cubrir tanto el mercado local como el internacional, y desarrollar proyectos pilotos, por ejemplo, aplicados a la megaminería.
En cuanto a las posibilidades y las promesas de la producción de hidrógeno verde a escala masiva, Nievas resumió: “mucho humo”. “Todo es potencial y megaproyectos a gran escala, hay varios actores, sobre todo muchos extranjeros. Uno es la firma australiana Fortescue, que hizo un gran run run hace unos años con sus anuncios de inversiones multimillonarias. Aparentemente esta empresa tenía todo su ojo puesto en el desarrollo de una mega planta en el golfo San Matías, en Río Negro, pero no está claro qué sucederá porque en la misma zona YPF proyecta construir un puerto petrolero para darle salida exportadora al oleoducto Vaca Muerta Sur.” Además la petrolera de bandera proyecta en esa zona la construcción de una planta de licuefacción de gas.
Juan Pablo contó que en 2022, cuando comenzaron las polémicas por el acaparamiento de tierras en Chubut por parte de la firma australiana, se comentaba que sumaban 140 mil hectáreas entre los campos comprados y alquilados. “Fortescue siguió avanzando, en marzo de 2023 pasaron a ser 250 mil hectáreas. Una superficie equivalente a casi doce veces la ciudad de Buenos Aires”, graficó. Y detalló que la empresa adquirió campos en una franja de Norte a Sur, bien pegada a la costa atlántica. “Así como en el siglo XX el alambrado fue fragmentando los territorios con la actividad productiva, hoy tenemos que pensar que los parques eólicos serían como los alambrados del siglo XX, con todo lo que genera”, destacó.
Juan Pablo retomó el planteo de Lorenzo respecto a no poner la vista en la fase final de la producción de hidrógeno verde sino mirar el ciclo completo. “Fíjense en todos los impactos que genera un parque eólico en procesos de fragmentación de la tierra, desertificación, pérdida de biodiversidad. Y asociado a la producción de hidrógeno verde viene la instalación de plantas desalinizadoras. ¿Qué va a pasar con la salmuera resultante de la desalinización de agua de mar utilizada en el proceso de electrólisis? La costa de Chubut tiene varios golfos semicerrados, cabos, bahías, ese desecho de la producción del hidrógeno verde impactará en las condiciones físicas, biológicas y químicas de los golfos”, advirtió.
Para conocer más sobre esta charla te invitamos a ver el registro del webinar.
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