Por Hernán Scandizzo
Aún es temprano pero el movimiento no cesa en las calles de Lago Agrio. En el bar desfilan las camareras cargando desayunos que combinan huevos revueltos, bolones de plátano y chicharrón, café, jugos, licuados, y en torno a las mesas se apiña la gente; el calor comienza a sentirse. Las veredas se colman de ofertas múltiples, incluso de cuerpos. En la ciudad, capital de la provincia de Sucumbíos, las referencias al petróleo son constantes, un hotel que se llama Oro Negro, al igual que una cooperativa de taxis, y una empresa de colectivos tiene por nombre Petrolera –la similitud con la Cooperativa El Petróleo, de Cutral Co, no es mera coincidencia. La misma denominación de la ciudad está íntimamente relacionada con la industria extractiva, Lago Agrio fue llamado el primer pozo perforado por el consorcio Texaco-Gulf, en su avanzada sobre la Amazonía ecuatoriana, en 1967; y no es que haya tal lago en el lugar sino que se inspiraron en Sour Lake, Texas. La ciudad luego fue llamada Nueva Loja, pero se impone Lago Agrio: los hidrocarburos y la presencia de las empresas petroleras, además de los impactos socio-ambientales, están en el ADN de la localidad, que se levanta a pocos kilómetros de la frontera con Colombia.
No más avanzar por la ruta para toparnos con una cuadrilla de obreros que, a más de un mes de la rotura de un oleoducto secundario del Área Libertador, trabajan en quitar el crudo que se derramó sobre el río Parahuaico, en el campo Parahuaco. Y un poco más allá, en el campo Atacapi, un mechero no cesa de quemar gas junto a un pozo, es que el interés de la empresa pública PetroAmazonas está puesto en el crudo, lo demás sobra. Y más adelante, en Shushuqui, las piletas con aguas de producción de campo Libertador se pierden en la espesa selva; pero la densidad de la vegetación no puede ocultar el olor penetrante de los hidrocarburos que se evaporan bajo el intenso sol. Tampoco el cerco a medio construir pone a salvo a los pobladores de Pacayacu de la exposición al venteo de gas y los vapores de una pileta de producción situada a pocos metros del casco urbano. Incluso en medio del pueblo la petrolera estatal aspira a reabrir un pozo del campo Carabobo. Alexandra, de Acción Ecológica, asegura que Texaco diseñó una matriz de comportamiento en la explotación petrolera que fue seguida luego tanto por las empresas privadas y públicas: el desapego por el cuidado del ambiente.
Fabián cuenta que cuando llegó al campo Secoya había “harta pesca, harta cacería, el agua no era tanto… todavía no era tanta contaminación”. La producción de maíz, cacao, café, plátano y yuca (mandioca) estaba más extendida. “Antes se sacaban cinco o seis quintales de café por hectárea, ahora se saca un quintal cada una o dos hectáreas.” El hombre, moreno, de ojos brillantes y mirada transparente, sostiene: “No podemos tener cultivos, los esteros están llenos de contaminación… los animalitos se enferman, se flaquean”. Por eso tuvo que abandonar su finca de 50 hectáreas y trasladarse a Pacayacu, donde participa del Comité de Afectados por la Contaminación del Agua. “Estamos inmersos en la contaminación, bebemos el agua contaminada… En estos espacios nos organizamos y tenemos voz para denunciar la contaminación”, explica. Luego remata: “Si no pueden descontaminar el agua que dañan, que no exploten más petróleo”.
Fabián cuenta que en Secoya quitaba de la superficie del estero la ‘nata’ de crudo y recogía de allí agua para consumo. Magalí, avala ese relato y señala que en la parroquia de donde viene no hay explotación petrolera, pero igual el estero está contaminado y no tienen más alternativa que proveerse de allí. El botellón de 25 litros de agua cuesta 2 dólares, los sueldos en la industria petrolera, que son los más altos, oscilan entre los 300 dólares, para quienes trabajan en las cuadrillas de mantenimiento, y los 1087, para quienes lo hacen en los equipos de perforación.
La esposa de Sixto murió de cáncer. Él afirma que la enfermedad llegó de la mano del agua contaminada con petróleo. Durante un tiempo permaneció en su finca junto a sus seis hijos, pero poco después tuvo que abandonarla, a la contaminación del agua se sumaron las fumigaciones aéreas que Colombia hacía en la frontera para erradicar los cultivos de coca. Ya no era posible seguir viviendo allí. Se trasladó a Pacayacu y más tarde se sumó al Comité.
En 2005 el Comité de Afectados inició una demanda judicial contra Petroecuador, que llegó hasta la Corte Nacional, la cual falló a favor de los pobladores. Sin embargo la petrolera llevó el caso a la Corte Constitucional y todavía no hay sentencia firme que se pueda ejecutar. En 2010 se hicieron estudios para determinar la presencia de hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs), de 23 muestras de agua, 22 dieron positivas. Los PAHs son considerados compuestos orgánicos persistentes (COPs), por lo que pueden permanecer en el medioambiente durante largos períodos de tiempo sin alterar sus propiedades tóxicas. La exposición crónica a éstos puede ocasionar cáncer y también efectos adversos en la reproducción, el desarrollo y el sistema inmunológico.
Los integrantes del Comité denuncian que la renta petrolera se invierte en las provincias de la costa, mientras que “en la Amazonía, que es el centro, la matriz del petróleo” los tienen abandonados. También destacan que la empresa trae gente de otras provincias para trabajar y a ellos no los toman o le dan trabajos temporarios sin beneficios.
Como una gran boa negra se extiende a lo largo del camino, avanza en línea recta, luego tuerce a la derecha y a la izquierda, pasa frente a viviendas, se apoya sobre soportes metálicos, se sumerge bajo del asfalto y reaparece al otro lado coronado, de vegetación. Así desde la Amazonía hasta el bosque nuboso, nos escolta un oleoducto en el viaje de regreso a Quito. Luego se lo pierde de vista, pero su presencia continua clavada en la retina por varios kilómetros. En su interior viaja el crudo extraído de las entrañas de la tierra roja, de las entrañas de la selva, de las entrañas de la gente.
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Qué importa más: Petróleo o vida?????
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