Una crisis de oferta desencadenaría graves problemas para el suministro de alimentos | Las previsiones de la AIE se sesgan con el fin de minimizar el problema | No hay planes de contingencia; los gobiernos aún creen en la abundancia petrolera
Hace cinco o seis años, sólo tipos antisistema con rastas y piercing o algún geólogo rebelde defendían la tesis del peak oil, la idea de que nos acercamos rápidamente a un pico de producción y al inicio del agotamiento del petróleo. Ahora –al menos, según las últimas filtraciones a la prensa británica– hasta los altos funcionarios grises de la Agencia Internacional de Energía (AIE) empiezan a reconocer en privado una cruda realidad: mientras la demanda energética vuelve a crecer como la espuma tras la recesión, sobre todo en los gigantes China e India, un pico de producción petrolera puede estar mucho más próximo de lo que se pensaba.
La semana pasada, el día después de la publicación de las últimas expectativas energéticas oficiales de la AEI, científicos suecos de la Universidad de Uppsala publicaron un informe alarmante titulado El pico de la edad del petróleo. Plantea que se alcanzó un pico de producción del crudo el año pasado y que la producción irá descendiendo hasta sólo 76 millones de barriles a diario en el 2030 frente los 103 millones que prevé la agencia.
Si eso es cierto y no se hacen los preparativos para adaptar la sociedad a esa realidad, una crisis de oferta desencadenaría subidas disparadas de precios, otras recesiones, desabastecimiento energético y –lo más preocupante de todo– graves problemas para el suministro de alimentos. “Tenemos que reinventar la economía”, dijo Kjell Aleklett, científico sueco y autor del informe.
Todo indica que coinciden algunos directivos de la AIE –principal fuente de información y análisis para las estrategias energéticas de los gobiernos de la OCDE–. Pero nadie quiere decirlo públicamente. Según explicó un ejecutivo de la agencia al diario británico The Guardian, las previsiones oficiales de la agencia se sesgan con el fin de minimizar el problema porque “existen temores de que el pánico cundirá en los mercados financieros”, con efectos aún más drásticos que la explosión de precios hasta los 150 dólares el barril del 2008, uno de los factores de la crisis.
La agencia rechaza las acusaciones. “Hace años que advertimos sobre el declive de producción en campos maduros por falta de inversión”, respondió un portavoz ayer. Y es cierto que ha rebajado drásticamente su optimismo en el último año. Rebajó sus previsiones sobre la producción de campos petrolíferos existentes un 50% en los próximos 20 años. Hace cinco años, calculaba que se podría alcanzar una producción de 126 millones de barriles a diario en el 2030. Ahora sólo llegarán a 103 millones. “Seguirán bajando sus estimaciones, pero no es por la falta de petróleo en sí sino porque es cada vez más difícil sacarlo”, dijo Michael Klare, autor de Sangre o petróleo.
Para la AIE mucho va a depender de fuentes no convencionales, como el petróleo que se encuentra en las llamadas arenas de alquitrán en Canadá, cuya extracción tiene un enorme coste medioambiental. “Que estén sacando petróleo de esas arenas es la prueba definitiva de que estamos al final de la era del petróleo”, dijo Klare. La AIE calcula también que la extracción de combustible líquido de gas natural crecerá lo suficiente para cerrar la brecha con la demanda. Pero Simon Snowden, de la Universidad de Liverpool, uno de los autores del informe de Uppsala, dice que las previsiones de la AIE sobre líquidos procedentes del gas natural “no cuadran con las cifras de producción de gas en el mismo informe”. La AIE, sentencia Snowden, “intenta ocultar el problema”.
Por lo menos, la AIE ha venido moderando su optimismo en los últimos años de escasa inversión en exploracióny explotación, crecientes problemas geopolíticos, y una demanda que crece sin parar. Los preparativos gubernamentales, en cambio, aún parecen basarse en el optimismo anterior cuando el consenso era que había abundancia petrolera y sólo los rebeldes defendían el peak oil. Ni tan siquiera hay planes de contingencia. “Nadie esta preparado”, dijo Kjell. Y nadie parece estar dispuesto a plantear públicamente la magnitud del problema. “Deberían estar adoptando una mentalidad de guerra”, dijo Simon Taylor, autor del informe Cabezas en la arena de la ONG Global Witness. “Pero cuando se lo planteamos a gente del Departamento de Estado en Washington, nos miraron y dieron un largo suspiro”.
Fuente: La Vanguardia.es