el tecnócrata mesiánico

filosofía magnate / marciano sin culpa / periodismo militante

Desde que anticipó la “Segunda Revolución de las Pampas”, Héctor Huergo se siente un profeta en su tierra. El alma de Clarín Rural cuestiona a Grobocopatel por ceder al lobby ecologista, fustiga al gremialismo conservador de la Mesa de Enlace, debate con el tradicionalismo del diario La Nación y define acuerdos y desacuerdos con el gobierno que obturó la dinámica de los agro-negocios. Extremismo sojero a full.
por Mario Antonio Santucho / Diego Genoud / Alejandro Bercovich / Javier Schaibengraf /

Pelo completamente blanco, bronceado yuppie del Náutico de San Isidro, camisa veraniega color clarito. Parece un recién llegado de Punta del Este pero está a punto de partir de vacaciones hacia Valizas, donde son mayoría los admiradores de Mujica. Sin preámbulos, lanza argumentos picantes: “Me quiero diferenciar de Gustavo Grobocopatel y de otros. Yo no llego a este pensamiento a través de mi historia. No es mi existencia lo que está determinando mi conciencia. Sino que, y disculpen porque puedo ser petulante, yo creo que buena parte de las cosas que han sucedido salieron de mi pensamiento. Desde Clarín Rural hemos sido transformadores. Contra la ideología, el pensamiento y la acción de los lobbies”.
Huergo es uno de los intelectuales más aguerridos al servicio de la nueva clase empresarial del campo, aunque no se asume ni como un lobista ni como un intelectual orgánico. “Más bien un protagonista de la transformación”, dice. Y agrega: “Nuestro pensamiento es tecnocrático y eficientista porque parte de la base de que producir más está bien, y que generar tecnologías está bien, es abrir más oportunidades. Después, me parece fantástico descubrir los mejores mecanismos de distribución. Cada uno en la sociedad tiene el papel que elige, yo elegí el de la promoción de nuevas tecnologías. Eso genera valor en general y ese valor es apropiado por distintos actores. Yo no me apropié mucho. Sí me capitalicé como nombre, por eso estoy acá, a ustedes les interesa. Traté de traer la innovación, contar lo que estaba pasando en el mundo, ir a buscarlo y promocionarlo a través de distintos mecanismos. El riesgo que corría era que me dijeran que me pagaba Monsanto. Pero me llevo muy mal con Monsanto. Me llevo más o menos con Grobo, que es un amigo pero por ahí tenemos algunos choques ideológicos”.
¿En torno a qué?
—Hace muchas concesiones porque no tiene más remedio. Él le concedió al lobby anti-soja la “soja responsable” y hace “soja sustentable”. ¿De qué me estás hablando? Claro, es más fácil pagar por un certificado que dar la batalla para demostrar que lo que hacemos es sustentable, estructuralmente sustentable. Las cosas se pueden hacer siempre un poco mejor pero darle a la soja ese estigma, decir que son “desiertos verdes”: ¡pero si son los vergeles! Yo recuerdo que vi soja en el año 74 o 75 en Bandera, Santiago del Estero, en el medio del monte. Había un tipo desmontando para hacer ganadería y tenía un lote de soja. Y el profesor nos decía, “esto es mirar esta zona con ojos de la pampa húmeda; esto no va”. Y yo pensé, ¿cómo que no va? ¡Si lo estoy viendo! ¡Está acá, lo puedo tocar! Esto tiene que andar. Brasil ya lo estaba haciendo. Bueno, hoy está.

los marcianos llegaron ya

En sus orígenes estudiantiles, cuando cursaba Agronomía en la UBA, militaba en el POT (Partido Obrero Trotskista), y escribía contra la oligarquía en El Cronista Comercial de Perrota, otra era la imagen del progreso que divulgaba Huergo. Por esos años supo admirar al camarada Posadas, muy recordado en los ámbitos de izquierda debido a sus originales tesis sobre la identidad comunista de los extraterrestes. Lejos estaba aún de convertirse en el periodista que más plata le hizo ganar a Clarín, cuando ideó –en plena crisis de 2002– la “feria dinámica” de FeriAgro, que luego se fusionó con la de La Nación y dio lugar a ExpoAgro, una exposición rural para entendidos y en plena pampa húmeda. El ingeniero Huergo hace un quiebre en 1976: “cuando vuelvo al periodismo a comienzos de los años ochenta, en la revista Dinámica Rural, ya estaba convencido de que se podía desarrollar las fuerzas productivas al interior del sistema”.
O sea, pionero de desarrollos que hoy son realidades…
—Yo descubrí los biocombustibles cuando estaba en la Facultad. ¿Queremos que haya comida para todos? Vayamos más cerca de la fotosíntesis. El biocombustible surgió en respuesta a una cuestión estructural que padecía la economía argentina en el agro: ¡no había mercados! Vivimos en los ochenta la era de los excedentes agrarios, de los subsidios de los países desarrollados para los cuales la agricultura había dejado de ser interesante porque después de la revolución tecnológica los alimentos fluían, y habían bancos de manteca, bancos de leche en polvo, cámaras frigoríficas adicionales para meter toda la carne sobrante, barcos con trigo americano dispuestos a ser colocados en cualquier lugar del mundo. Uno se preguntaba, ¿qué perspectiva hay para un país como nosotros y para mí como ingeniero agrónomo? Argentina solo podía exportar productos agrícolas. Cuando empieza a amasarse en Europa y en Estados Unidos la cuestión de los biocombustibles, a pesar de que el petróleo estaba a 8 o 10 dólares el barril, yo percibí que había algo que podíamos digerir en gran escala. Y empecé a machacar. Los primeros artículos fueron en los ochenta. Después escribí una anota en 1991 en Clarín que se llamaba Ponga un choclo en su tanque.
¿Los biocombustibles son la nueva promesa del agro-bussines local?
—Estructuralmente, son una gran cosa. A partir de ahí empiezo a evaluar en términos de una racionalidad liberal o capitalista: ¿cuál es más eficiente en términos económicos? Hay razones técnicas y económicas que me hacen ver que el etanol a partir de los cereales (maíz, sorgo, trigo) es superior, al menos en Argentina, que el elaborado a partir de la caña de azúcar. Contra eso operó siempre el lobby de Ledesma, al punto de que cuando se hace la ley de biocombustibles ellos piden que se agregue un capítulo que deje afuera a la industria azucarera. Parecía un contrasentido, pero tiene lógica, porque el lobby azucarero lo que quiere es evitar la entrada de azúcar brasileña y el argumento para frenar eso es que Brasil subsidia el azúcar a través del etanol. Es el único producto del Mercosur que está negociado, que tiene arancel de importación, no puede entrar. Finalmente, cuando vieron que la ley salía vino la orden del Centro Azucarero Argentino. Zorreguieta –entonces su presidente– bajó la consigna de que sacaran ese capítulo. Al final fue a Senadores y se aprobó por unanimidad, con el visto bueno de Cristina y de todos.
El gran promotor de la ley fue De Vido
—Sí, y nosotros no entendíamos por qué. Pensábamos que De Vido era Chávez y una de las discusiones más intensas es entre los biocombustibles versus el gasoil. Quizás el tipo en este caso tenía otra visión o necesitaba alguna carta para negociar con Chávez. Javier Urquiza, que estuvo mucho tiempo en el ostracismo luego de que dejara la Secretaría de Agricultura por el conflicto de la 125, siempre vio que los biocombustibles eran un punto fuerte de vinculación con el modelo, porque es valor agregado en origen, es sustitución de importaciones y es ambientalmente sustentable. Kirschbaum, mi jefe, me comentaba que a Cristina la volvían loca, iba a Alemania y le preguntaban por el biodiésel. Los alemanes vendieron cientos de millones en plantas acá, fue un fenómeno que se terminó hace tres meses.
Por las retenciones de Kicillof
—Sí, en realidad es Moreno, que está operado por los intereses del debate alimentos versus energía, una discusión trucha. Los que imponen ese debate son quienes antes consumían el maíz: los polleros, los feedloteros, los cocacoleros (la única sustancia que tiene la Coca Cola es jarabe de fluctuosa que se hace con maíz). En Estados Unidos también se dio esta polémica, pero en el mundo se muere mucha más gente por exceso de alimentos que por falta. Y los servicios de salud están colapsados por atender obesos, o cardíacos, o páncreas, o estómago, o intestinos. Y nos damos el gusto, como seres humanos menos pobres, de comer carnes de todo tipo. Las comunidades primitivas van, por el contrario, derecho a las fotosíntesis primarias, vegetales.
Huergo lo niega, pero más allá del lobby de cada sector, existen críticas que no surgen de un interés comercial. El Movimiento Nacional Campesino Indígena emitió un comunicado en el que advierte que los “agrocombustibles” pondrán en peligro la soberanía alimentaria y agravarán el problema del hambre en el mundo. En México, por la exportación del maíz para etanol, hubo un aumento del 400 % en el precio del maíz. Y hasta Cristina lo reconoció en la cumbre del G20 en Cannes, a fines de 2011: “Yo sé que en materia de seguridad alimentaria es un tema muy discutible que es el tema del bioetanol y el biodiésel”.

pensar sin Estado

Tu crítica al gobierno suena más táctica que estratégica.
—Lo que cuestiono del modelo es la captura de la renta. Se lo cuestiono a este gobierno y a cualquier otro. Creo que los gobiernos que generan perspectivas económicas y sociales atractivas son los que dejan la mayor parte de la renta en manos de los actores y toman solo aquello que es necesario. Pero que no redistribuya el Estado a través de los impuestos, ya que la mejor redistribución (aunque intelectualmente nos pueda gustar otra cosa) es el desarrollo hacia el lujo. Es inclusivo.
¿Inclusivo? En todo caso, el lujo genera un esquema social donde las jerarquías son muy marcadas.
—No, la flexibilidad social en Argentina siempre estuvo vinculada a ese origen. Estados Unidos o Alemania ¿cómo funcionan? ¿Con los impuestos que redistribuyen o con lo que hacen las empresas?
Pero compartís la política macro con respecto al campo.
—Mi acuerdo con el gobierno es que se desentendieron del agro. Y yo estoy feliz por eso. Mucho peor sería que tratara de tener una política de fomento o subsidio. Yo lo que digo es “no toquen nada y esto va a prosperar”. Y se lo dije a Alfonsín en el ’88.
Conocés la importancia de la rotación de los cultivos ¿No hace falta una ley de usos de suelo?
—No. El rol del Estado es explicar y convencer cuál es el sistema más eficiente y eficaz a largo plazo. Para eso existen el INTA y otros instrumentos. Pero no creo que la rotación de cultivos sea determinante. ¿Hay riesgos? Y sí, riesgos comerciales. A lo mejor deja residuos tóxicos en el suelo algún día. Veremos cómo se resuelve. En todo caso, mi fórmula no es imponer la rotación sino que trato de convencerte, por ejemplo, hablo de “la oportunidad del maíz”. Lo único que me preocupa de la falta de rotación es el aumento del costo de producción, lo cual en última instancia es un problema para el productor y que se joda, porque aparecen enfermedades y malezas…
¿No hay criterios válidos por fuera del lenguaje del negocio y de los costos?
—Hay que invertir el excedente en negocios competitivos, sanos y honestos. Ése es el rol del empresario. No plantar coca y no hacer una fábrica de cigarrillos, sino evolucionar de la agricultura al tambo, o a la ganadería más intensiva, o poner galpones de pollos, para avanzar en la cadena de valor. Agregar valor, invertir tus excedentes en más negocios dentro de lo tuyo, y si se te ocurre hacer otra cosa dale nomás. Total, es tu guita.
¿Por qué el gobierno acepta una ley de semillas escrita por Monsanto?
—No está escrita por Monsanto, es una ley hecha con el consenso de todas compañías de semillas. Sí hay una parte de la que Monsanto va a tratar de sacar más provecho y está en su derecho, y el resto estará en su derecho de defenderse. Pero la de Buzzi de decir “todo es de todos” no va a andar, porque así estamos: falta desarrollo genético en trigo, se hace muy poco en soja, y toda la concentración de la actividad semillera está en el maíz porque el híbrido te protege. Un sector de la Federación Agraria se abroquela en el derecho tradicional del agricultor de usar su propia semilla. Sí, pero la semilla que estás usando ya no es la de antes y el tipo que la hizo te la vende si la pagás; si no usá la vieja. Y le responden, “yo quiero la tuya pero quiero pagarte una vez y después usarla para siempre”. No, así no funciona.
Para evitar esos conflictos el Estado podría hacer su propio desarrollo.
—Lo hizo, las variedades de trigo de la Argentina fueron del INTA. Por supuesto, ¡fue un fracaso! Y se acabó cuando llegó la actividad privada.
Eso es pensar que los privados son por definición mejores que los públicos.
—¡Los privados son, por definición, mejores que los públicos!. Cavallo una vez mandó a los investigadores del Conicet a lavar los platos; a mí no se me ocurriría decir algo parecido pero digamos que la productividad es baja.
Pero a Monsanto le sale barato comprar todas las patentes de cincuenta años desarrolladas por el INTA, para generar un nuevo producto que luego vende.
—Monsanto ni siquiera compró sino que quiso meter sus genes BT sobre la base desarrollada por el INTA que era la única genética que había en el algodón. Estamos hablando de treinta o cuarenta años de las mismas variedades. Si esa variedad no incorporaba el gen de Monsanto no pasaba nada.
¿Por qué aceptaste dirigir el INTA si considerás que el Estado es lo malo?
—No dije que el Estado sea lo malo sino que cuando tenés que encarar producción, cuando tenés que desarrollar un negocio, no acudas al Estado para eso. Mi rol como funcionario era meter al INTA en la carrera tecnológica, porque se estaba quedando. A mí me ofrecen la presidencia a partir de una serie de artículos que hice en Clarín cuestionando los modelos ganaderos que defendían los grupos CREA y el INTA. En ese momento los técnicos y los productores se iban a Estados Unidos, a Brasil y a Chile a buscar tecnología para la ganadería intensiva. ¡A Chile! Allá se puede ir a buscar ideas en vinos, o en frutas, ¿pero ganadería? Conté eso y se armó un quilombo bárbaro. Felipe Solá era Ministro de Agricultura y me ofreció el cargo. Cerré los ojos, pedí licencia en Clarín y fui a dar estas discusiones: “muchachos intensifiquemos”. El INTA estaba muy preocupado por la sustentabilidad, y la productividad era una cosa menor. Yo les dije: esto es el agro, son los gringos, acá hay que producir, necesitamos dar un salto de productividad. Esto fue en el 94 y llevábamos dos años de convertibilidad, lo cual le permitió por primera vez al sector tener el mismo dólar para vender que para comprar. O sea, un gran estímulo para la incorporación de tecnología. Antes la tecnología estaba vedada. Con la Convertibilidad se abarató el tractor en términos de trigo; se abarató el fertilizante (la Argentina no fertilizaba); al poder usar fertilizantes aparecieron los híbridos de maíz, vino la revolución biotecnológica y no hubiera habido Revolución de las Pampas sin el uno a uno. No estoy defendiendo el valor bajo del dólar, estoy defendiendo el uno a uno. Cuando llegué estaban “los 100 planes del INTA”, mi propuesta era un plan: la intensificación agrícola y ganadera. Yo les decía, ¿cómo vamos a seguir haciendo ganadería pastoril cuando el maíz hoy rinde cinco mil kilos y va a rendir diez mil? Aguanté un año en esa batalla, pero quedó algo y dejé varios técnicos productivistas. Y a los que solo hablaban de equidad los mandamos a pasear: la equidad viene sola, o nunca viene. El tema de que los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada vez más ricos es una falacia: los pobres no pueden ser más pobres porque si no se morirían, de la indigencia no bajás. Y los ricos van a ser cada vez más ricos, te guste o no, el tema es cómo diligenciar eso para que los ricos no sean parásitos y no acaparen sin aumentar la productividad.
El INTA Castelar publicó un trabajo según el cual la relación de omegas de la carne vacuna en sistemas de engorde la hace cardiovascularmente desaconsejable, en relación a la misma vaca en sistema pastoril. Eso es por la mutación del agro.
—Esa vaca pastoril, objetivamente, es una vaca que comió maíz, solo que es un maíz que no produjiste. Porque el lote que engordó ese novillo tenía pasto pero podría haber tenido maíz, que rinde tres veces más. Además, esa vaca caminando por el campo, bosteando, respirando, transpirando, 400 kilos en pie, es un gasto de energía infernal en comparación con el novillo encerrado, ordenadito, donde vos le servís la comida y tiene el agua ahí al lado, mucho más eficiente, menos tiempo de engorde, menos emisiones de metano porque la vaca que come pasto rumia mucho y eructa, y todo eso es metano que va al aire…

el país crece de noche

Sos muy crítico de las ramas de la producción que dependen del subsidio para desarrollarse.
—Lo que más reivindico son los desarrollos nac&pop. La siembra directa no la inventamos pero el desarrollo es argentino y vendemos hoy sembradoras en todo el mundo, fabricadas en Armstrong, Las Parejas y otros pueblos. Hay setenta fábricas de sembradoras, son demasiadas, eso se va a consolidar, pero hasta el momento no pasó, no vino John Deere y se compró la fábrica de sembradoras. Segundo desarrollo nac&pop: el silo-bolsa, 100% argentino. Tampoco es un invento local pero vendemos silo-bolsas en cincuenta países y esto nació hace menos de diez años. ¡Hemos resuelto el problema del almacenaje de granos de la humanidad! La India está comprando silo-bolsas; ellos pierden el 20% de su fabulosa cosecha de arroz porque la guardan en bolsas a la intemperie, vienen los monzones y se pudren. Están haciendo un parque para almacenar 25 mil toneladas en bolsas de silo de 200 toneladas cada una. Hay zonas nuevas de producción en Estados Unidos donde se está sustituyendo algodón por maíz pero la infraestructura estaba pensada para el algodón, entonces empezaron a construir silos y ahí entró Argentina. El silo-bolsa es de polietileno. Nosotros hace quince años venteábamos el gas, porque sobraba y lo mandábamos al aire. Se hizo el polo petroquímico, la principal industria es Dow, que produce grumos de polietileno para el mercado internacional. Hoy una parte de ese grumo de polietileno se destina en el mercado interno para producir silo-bolsas. ¿Dónde están las fábricas de silo-bolsas? En La Rioja, en San Luis y en Tierra del Fuego. La fábrica de Tierra del Fuego es hoy la mayor productora del mundo. Y desde ahí exportan a 40 o 45 países. El gerente de exportación es un chico que yo conozco, tiene 40 o 43 años, el tipo te habla de Kazajstán, de China por supuesto, de India, o sea no es que abrió Ecuador o Bolivia, ¡abrió Kazajstán! Es algo fenomenal, y es nacional.
¿Percibís un combate entre esos desarrollos y cierta otra industria que consideras obsoleta?
—Yo creo que hay sistemas obsoletos. La ganadería pastoril es obsoleta. Pero cuando el gobierno empieza a subsidiar el feedlot yo dije “qué lástima”, porque el feedlot podría haber evolucionado solito. En realidad Moreno lo que quería era carne barata, entonces dijo hagan la carne como sea y yo les subsidio el alimento. Hubo curro, la prensa empezó a prestarle atención, vino la sequía al mismo tiempo y se cayó el sistema. Liquidamos doce millones de cabezas. Pero la crisis se debe al hecho de que subsidiaron y después quitaron el subsidio. Lo mismo que en el biodiésel. Te dan apoyo, de pronto te lo quitan, te quedás pedaleando y se cae todo. Ese es el disparate. Lo mejor hubiera sido haber entrado en el feedlot sin subsidios. Contra ese modelo tradicional pastoril yo insisto en que tenemos que intensificar la ganadería, porque la ganadería pastoril no va a aguantar en la Argentina el embate de la nueva agricultura. Nos vamos a quedar sin vacas. Entonces, mi propuesta es hacer ganadería con base en la agricultura. Convirtamos el maíz en carne, que es lo que se hizo en todo el mundo. El jefe de compra de La Serenísima me odia porque el tipo sostiene que para tener leche barata precisás un sistema pastoril: el pasto crece, la vaca que se lo come y listo, pero resulta que viene tu vecino y te dice “te pago 500 dólares por hectárea para sembrar soja”. Y la única manera de que te mantengas con la producción lechera acá es entrar en un sistema competitivo con la agricultura o que aproveche el avance agrícola para prosperar. Esos son los tambos que funcionan. Porque no hay nada en la Argentina que produzca más valor que la producción básica. El país crece de noche. El clima a veces te juega a favor y a veces en contra, pero estructuralmente el campo argentino produce sesenta mil palos verdes, e invirtió este año treinta mil, o sea que tiene un valor agregado de 100 %.

ayudar a esa gente

“Me voy a arriesgar a ser políticamente incorrecto: yo creo en la difusión, no me gusta el derrame. Cuando uno difunde lo que hace es percolar. La vida en el interior es el agro y en el interior no hay desempleo. Y no hay migración”.
¿El interior es solo la Pampa Húmeda? Siempre se dio un éxodo de sectores postergados hacia las grandes ciudades…
—No vienen del modelo competitivo, vienen de otro lado. Si vos dejaras que esto difundiera más, pasaría como en Uruguay que revirtió la tendencia estructural del capitalismo. Tenían 70 % por ciento de la población uruguaya en las ciudades y ahora se revirtió el flujo. Muchos profesionales se van a vivir al interior. El rico de pueblo hizo un country, hizo un cementerio privado, eso ocupa gente. No busques que se vaya a ocupar más gente en producir, sino que se va a ocupar más gente en hacer la cancha de golf, la pileta.
Un modelo de sociedad para muy pocos. Para el que vive en el country, juega al golf y se muere en cementerio privado.
—Ustedes conocen Rosario, la zona de los grandes puertos. En cada una de esas mega plantas laburan treinta tipos, o cincuenta. Pero afuera hay 700 camiones. Cada camión necesita por lo menos un camionero. Y esos camiones tienen 16 ruedas, cambian dos juegos de cubiertas por año, más las que se rompen, son cuarenta gomas por año por camión. Puteamos contra los camioneros en la ruta, pero ¿qué está transportando? ¿Y quién es el camionero? ¡Es el hijo del chacarero! O un ex pobre que ahora gana 15 lucas. ¿Y la parrilla? ¿Cuántos tipos pueden comer en una parrilla, cincuenta, sesenta? Y tenés 20 mil camioneros que entran y salen de los puertos de Rosario todos los días.
¿Y la gente que hoy habita en los conurbanos de las grandes ciudades de dónde viene?
—Vienen de zonas que no han tenido la oportunidad de estos desarrollos: del interior del Chaco, del interior de Formosa, de los países vecinos.
En Santiago del Estero, muchos campesinos se han tenido que ir por el avance de la frontera agroexportadora.
—Puede que haya –porque todo proceso es desigual y combinado–, un hijo de puta que venga a sacar a la gente a punta de pistola; pero en general eso no se da. Hay nuevos ricos de la soja que lo intentan, pero saltan los quilombos de papeles. No es que el avance de la frontera agrícola deja a esta gente afuera, sino que los dejaba afuera el modo en que vivían antes. Yo trabajé en eso hace muchos años, con una fundación que se llamaba Fundapaz que conseguía plata del BID para entrar en el monte y abrirles una hectárea. Porque estaban abrumados en el monte, muchos de ellos hacheros que quedaron después de que se fue La Forestal, viviendo de algún arbolito que tumbaban y malvendían por ahí. Es algo represivo, hay que ayudar a esa gente a que abandone ese modo de producción de subsistencia, degradante tanto ambiental como socialmente, porque están condenados a ser esclavos de las cabritas. Ayudarlos a transitar hacia otra perspectiva.
La “limpieza” de los campos ofrece territorios aptos en términos inmobiliarios. Un proceso de cercamiento que parece estar en la base de toda revolución industrial.
—Sí, puede haber algo, pero no lo veo como un proceso sólido de acumulación. Los grupos importantes en Argentina no quieren líos, porque está mal visto en el mundo, nadie quiere entrar en una pelea estilo “sin tierras”. Hay bastante cuidado y bastante temor al respecto. Y si hay casos concretos están las ONGs para denunciarlos, es difícil hacerlo en el siglo XXI. Lo que sí se hace es avanzar sobre lo que está medio abandonado, desocupado, donde no hay gente. Por ejemplo, una financiera conocida porque está financiando Estados, me refiero a Financiera Puente, tienen un campo y el año pasado me pidieron un consultor, así que les presenté a uno que había sido administrador de Eurnekián y el tipo les dijo: “ojo, tengan en cuenta que cuando empiecen a desarrollar van a tener invasión. Y si no hacen nada también van a correr ese riesgo, pero es menos posible porque a nadie le interesa”.
Invasión, decís, de campesinos oportunistas que quieren aprovecharse de las inversiones…
—Claro, y no son comunidades aborígenes sino colonos degradados. Son campesinos que se han ido nomadizando. Vinieron por el Dorado, o trabajaban para La Forestal y quedaron, y ahí están. No sé cómo se resuelve. Pero no me parece que el futuro de la Argentina pase por una expansión prusiana de la frontera agrícola, porque igual ese crecimiento se va a acabar, es limitado. Yo creo en la tecnología y la tecnología es poner pisos, escalonar, acercarse a la productividad, y con la pampa húmeda tenemos mucho y muy divertido para hacer. Eso es lo mío, si alguien se mete por allá que tenga cuidado, que no genere conflicto social, que atienda a la necesidad de la gente y que busque hacer cosas inclusivas.
Parte de la rentabilidad agroexportadora depende de la especulación financiera que infla los precios internacionales.
—No, la causa del crecimiento es estructural. Estamos frente a una onda larga de altos precios agrícolas, consecuencia de dos cosas: la transición dietética de amplios contingentes poblacionales, en el caso de China y otros países asiáticos; y los biocombustibles. La especulación puede exacerbar. Es lo mismo que sucedió con el petróleo, cuando pasó de 22 dólares el barril a 100. La razón no es el costo de producción, es la demanda. Se llegó al peak, de pronto nos enteramos de que el consumo anual es mayor al descubrimiento. Es un efecto fondo de olla.

el campo no existe

¿Qué pensás de las entidades que se nuclean en la Mesa de Enlace?
—Son lo viejo, no representan a nadie.
¿Y por qué no hay un recambio?
—Porque los chacareros que van al frente están muy ocupados. No les pueden pagar a otros para que promuevan sus intereses. No, no saben cómo se hace, son buenos tipos. Es una cuestión de actitud frente a la vida. Ellos producen y están pensando en el negocio, en comprarse otro pedacito de campo, cambiar el tractor o la cosechadora, o en evaluar si entran en una sociedad para una planta de etanol o de biodiésel. Falta de tiempo, de voluntad, de vocación de poder. Y porque han delegado.
Pero hay cierta identificación entre varios chacareros y esa dirigencia rancia.
—Tal vez la 125 le dio nueva vida a la vieja dirigencia. El día que arranca el conflicto por las retenciones, Federación Agraria estaba haciendo un piquete con Buzzi a la cabeza en la planta de Dreyfus en General Lagos, la más grande de mundo en su rubro en ese momento. Enrique Crotto dijo alguna vez –y lo repitió Biolcati– “la industria aceitera es nuestra”, queriéndose diferenciar de Cargill, Nidera, Bunge. O sea, estaban enfrentados con la agroindustria. Y en todo lo que tiene que ver con la tecnología han meado fuera del tarro. Ellos se opusieron cuando Felipe Solá liberó la soja transgénica. Lo único que había más o menos de nuestro lado, y tibiamente, eran los grupos CREA. Las entidades estaban totalmente en otra, peleando con la tasa de interés en el banco, un hecho gremial del momento. Por suerte un grupo se reconvirtió, por fuera de las entidades, vio que tenía la oportunidad de la tecnología y fue para adelante.
Ese sujeto activo respondería a una alianza entre “los gringos que empujan y prosperan” con las trasnacionales.
—Entre ellos se pelean. Les exigen que esté el producto, los tipos van a Estados Unidos ven que apareció tal cosa y empiezan a pedírtelo. No hay una alianza, están en el mismo barco pero en distintos lados del mostrador. Putean por el precio de la semilla o del fertilizante. Están hiperconectados, viajan mucho. Son tipos incultos para nuestras maneras de escuchar, son unas bestias, tienen instinto asesino, van a buscar el beneficio, y son muy esforzados. Pienso en unos amigos de Arias que eran camioneros, viven los dos en una manzana, dos mansiones, y te dicen “la semana que viene salimos a sembrar”. Tienen el tractor con todo el confort, son tipos que tienen 40 o 50 millones de dólares en tierra y salen a sembrar, se pasan toda la noche en la camioneta con calefacción y la mujer les lleva el mate. Ellos no están en la Rural ni en ningún lado, no están representados. Salen en las tapas de Clarín Rural, todas las semanas tenés un tipo que inventó o hizo algo, que produce y va creciendo. Es la burguesía nacional del interior.
¿Entonces las entidades no tienen futuro?
—No me animo a tanto, pero están desenfocadas. Las que están cobrando fuerza son las organizaciones por cadenas. Maizar, la Asociación de la Cadena de Soja (ACSOJA), AAGIR (que es una asociación del Girasol), y ArgenTrigo. Después tenés ACTA, Asociación de Cámaras de Tecnología, donde están los proveedores, fertilizantes, agroquímicos, semillas. Ese es el entramado real, pero han delegado el aspecto legal en la Mesa de Enlace.
La discusión entre La Nación y Clarín, ¿cómo habría que ubicarla ahí?
—La Nación es más tradicional. La innovación está más representada en Clarín Rural. En la Feria nos asociamos y La Nación va ganando, porque penetró y maneja los hilos de la exposición. La diferencia es que para nosotros los actores principales de este negocio son los proveedores de tecnología. El productor es el capataz de una línea de montaje a la que concurren just in time los elementos necesarios para producir y el tipo conduce ese proceso, y cobra bien por eso. Pero la base es lo que hacen desde los Monsanto hasta los Profértil, los Vassalli y los Pauny, que son fábricas nacionales de tractores, más John Deere, más los que traen las sembradoras y los que inventaron el silo-bolsa. La clave son los agentes generadores de competitividad que todos los días está superándose. Qué haría para consolidar el proceso? Ecualizar un poco más. Parte de la guita que vaya a infraestructura: hagamos rutas.
¿Trenes?
—No, no me jodás con eso, es lo viejo. Hicimos el dragado hasta Rosario para que entren los grandes barcos ahí. Y desde los campos llegamos con el camión. No hace falta. Por ahí el Belgrano Cargas, o el Nuevo Central Argentino. En todo caso, pediría que me dejen usar las vías con mis vagones. Porque si no estás sujeto a que te llegue el tren de Urquía o el Belgrano Cargas.
En la clase política, ¿hay alguien que consideres que entiende todo esto?
—Qué difícil. Me parece que Julián Domínguez entiende bastante, no le quedó más remedio que aprender. Hizo mucho en biotecnología, armó el negocio con la India por el silo-bolsa, puso en contacto a una empresa local con el Ministro de Agricultura indio. Presionó mucho por la apertura de la exportación de maíz, sé que habló con la Presidenta para que habilite los quince millones que liberaron. Otra es Patricia Bullrich, es estudiosa. Felipe Solá tiene su mirada pero lo traiciona el ubicuismo, tiene que sobrevivir.
Elogiás seguido a Lino Barañao.
—Por supuesto. Los principales logros del sistema de investigación están vinculados a la cadena agroindustrial. Desde la leche transgénica maternizada, hasta la relación con Bioceres, con quien hicieron un acuerdo por la explotación de las patentes. Hay un gen que yo vi en Estados Unidos este año de tolerancia a la sequía desarrollado en conjunto por el Conicet y Bioceres. Me parece bien cierta delegación del sistema público en la actividad privada cuando llega la etapa de producir y vender. Porque si no te comés Aerolíneas. Buzzi es un retrógrado, con su cuento nacional y popular de los pequeños productores y contra las trasnacionales y la extranjerización de la tierra. ¡Yo quiero a las trasnacionales acá! ¡Quiero las mejores semillas! Las necesitamos. Sino no somos competitivos, vamos a perder la carrera con Brasil. La clave para el sector y para el país es dejar que fluya la tecnología. Y al campo le pediría tan solo que la conozca, la aprenda, la incorpore y la aplique. Y que se gaste alegremente el excedente, que nos viene bien a todos.
 
Foto: Sebastián A. Vricella
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