Los hidrocarburos y la soberanía nacional

El antiguo presidente de la FIDE (Fundación de Investigaciones para el Desarrollo), donde se nutrieron varias generaciones de economistas, incluida la actual presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, y actual miembro del directorio de YPF, inscribe el acuerdo entre esa empresa y Chevron en el contexto histórico, resalta la “inconsistencia argumental” de sus críticos y pone en el centro del escenario la búsqueda de la desestabilización política del Gobierno.
 
Héctor Valle.- “Chevron está cometiendo un error en Argentina”, dictaminó, bastante enojado, el editorialista del blog CNN Money (http//finance, fortune,cnn,com/2013/07/19/Chevronargentinaypf). Por ese medio nos enteramos así que Chevron, a juicio de la CNN, habría traicionado un pacto de caballeros que, de palabra, regiría entre las grandes petroleras internacionales y por el cual ninguna encararía ningún emprendimiento con el gobierno argentino mientras no se resolviera el litigio con Repsol. Es más, según las reglas de ese acuerdo, el mundo del negocio petrolero se divide entre “nosotros” (las grandes firmas multinacionales del ramo) y “ellos” (las naciones donde se encuentran localizados los recursos y sus respectivas compañías estatales, como YPF). La regla fundamental de ese pacto sería que si algún integrante del primer grupo es desplazado –total o parcialmente– por la intervención estatal, el resto hará causa común con el mismo y no encarará negociación alguna con el gobierno del país huésped, donde se localizan los recursos.

Probablemente haber tenido el conocimiento previo de que existía tal acuerdo de palabra convenció a los principales referentes de la oposición vernácula, los medios que habitualmente los guían y sus economistas de cabecera, para afirmar enfáticamente que nuestro país jamás tendría éxito en su intento por asociar YPF con una petrolera multinacional. “Se jugaban una fija”, y perdieron. Ahora, como quien da vuelta un viejo disco long play, se han colgado de un poco creíble discurso nacionalista, acusando al Gobierno de “rifar la soberanía”. La verdad, ese súbito ataque de nacionalismo suena a poco creíble, entre otras cosas por ser ellos quienes lo emiten, pero centralmente debido a su inconsistencia argumental y su clara intencionalidad de poner palos en las ruedas, cualquiera sea el medio.

Pero más allá de los discursos de ocasión, la verdad objetiva es que no existe soberanía política sin desarrollo económico con equidad y éste sólo es sustentable si se apoya en un nivel alto de autoabastecimiento energético. Y en la Argentina ello quiere decir poner en valor, ya, sus recursos de hidrocarburos. Para hacerlo se precisan inversiones multimillonarias y know how tecnológico. La condición necesaria es atraer al capital extranjero, la condición suficiente pasa por establecer el rumbo a través de la política nacional donde hoy YPF juega un papel de liderazgo. Así el establecimiento de un régimen de incentivos, al cual puedan acceder las firmas que se comprometen a invertir más de 1000 millones de dólares por proyecto, permite la concurrencia de capital y la tecnología que buscan en YPF el socio ideal: experiencia, compromiso y vocación productiva.

Esto quiere decir que, aceptado el proyecto, se conforma una relación asociativa con YPF donde ambas partes, con la conducción estratégica de esta última, ejecutan el emprendimiento; comparten por mitades la inversión, los riesgos y beneficios, previo acuerdo acerca de los tiempos, y las condiciones a cumplir, para llegar a exportar el 20 por ciento de lo producido y disponer de esos dólares. Lo mismo cabe en relación con las decisiones conjuntas que con cada ejercicio se tomen a la hora de aplicar utilidades y dividendos. Es un ejercicio inútil buscarle la quinta pata al gato. No existen las cláusulas secretas ni los acuerdos de trastienda. Sólo se trata de poner en valor un recurso vital para el desarrollo de las fuerzas productivas en la Argentina, superando tanto la dependencia del factor externo como la insuficiencia del ahorro interno disponible.

Los sectores más encarnizados de la oposición, mediática y política, han lanzado andanadas de críticas, cuyo objetivo principal en realidad pasa por apostar a la desestabilización del Gobierno más que por una genuina preocupación respecto de la cuestión energética. Se acude, en el ejercicio del “todo vale” opositor, a la crítica de los planes para lograr la independencia en materia de hidrocarburos, como un ariete –la excusa ideal– para desestabilizar políticamente al Gobierno.

No es el primer recodo de nuestra historia donde quienes conducen la gestión oficial deben sortear los torbellinos de la calumnia y las mentiras de aquellos embarcados en una permanente movida para desestabilizar al Gobierno. Para ello tanto vale la cuestión petrolera como la inseguridad o la inflación, todo sirve. Hagamos memoria: cuando el segundo gobierno del general Perón, superada la crisis de 1952, pone en marcha la etapa más compleja de la sustitución de importaciones, intensiva en capital, dispuesto a desarrollar las industrias básicas, uno de sus componentes tácticos más importantes pasaba por establecer pactos con el capital extranjero. Entre otras iniciativas se destaca la de alcanzar el autoabastecimiento petrolero, facilitando a tal fin el ingreso de la Standard Oil de California.

El ataque de la oposición a este intento de dar un salto adelante con uno de los rubros básicos en la matriz productiva era previsible, toda vez que, de tener éxito el proyecto del presidente Perón, la economía nacional se encontraría menos expuesta a las fluctuaciones en su capacidad de compras externas. El país contaría, sumando a éste otros proyectos en la industria pesada, con una base material más integrada, moderna y tecnológicamente más compleja. Sus resultados hubieran permitido no sólo superar la dependencia externa, sino integrarse fructíferamente en el ciclo largo de expansión que transitó la economía mundial durante los veinte años siguientes, hasta la crisis petrolera de 1973. Atacar ese proyecto era por entonces una punta de lanza que, en términos de un nacionalismo falto de autenticidad, sostuvo una oposición para la que cualquier medio era bueno –desde el ejercicio de la permanente calumnia hasta los bombardeos a Plaza Mayo– para lograr desalojar al general Perón de la presidencia.

Pocos años después, durante el gobierno de Arturo Frondizi y facilitado por la gravedad que alcanzaba la restricción externa, donde las compras de petróleo ya insumían en 25 por ciento de nuestras importaciones totales, se dispuso de las condiciones para lanzar la batalla del petróleo, convocando al capital extranjero que debía venderle a YPF todo el petróleo que extrajera. La maduración del proyecto fue rápida, cabe mencionarlo, gracias a la determinación del gobierno y por las inversiones previas realizadas por YPF en materia de exploración y detección de recursos que estaban disponibles para ser explotados. Ello permitió lograr que en dos años se alcanzara el autoabastecimiento de petróleo. Paralelamente, la expansión de YPF superó todo antecedente histórico.

Como se recordará, las condiciones políticas de la época eran muy difíciles con la espada de Damocles del golpe militar siempre latente, sumado a una oposición particularmente agresiva, liderada por el Partido Radical, y que no daba tregua. Confluyeron en una alianza de circunstancias donde se amalgamaban el golpismo del sector colorado en el Partido Militar y las críticas, despiadadas, muchas veces soeces y sin el menor rigor técnico, plagadas de calumnias, emitidas por una oposición dispuesta a desestabilizar al gobierno a como diera lugar.

La historia posterior al derrocamiento del gobierno desarrollista es conocida. Un año después, con el radicalismo en el gobierno –Arturo Illia resultó electo gracias a la proscripción de la fuerza mayoritaria, el peronismo–, se derogaron los contratos petroleros, sin que la comisión investigadora, que increíblemente fue creada a posteriori, en el Congreso nacional, pudiera establecer fehacientemente la existencia de irregularidad alguna en los mismos. Pero el daño ya estaba hecho. Su consecuencia fue el pago durante varios años de elevadas indemnizaciones a las contratistas. Y ya un par de años después, la caída en la tasa inversión bruta interna para el conjunto de la economía y la reaparición de la brecha externa hicieron que la Argentina fuera perdiendo un terreno que nunca recuperaría respecto de la expansión del Brasil.

No pueden ignorarse las similitudes existentes entre la agresividad discursiva, la práctica de las denuncias al voleo, la recaída en la agresión personal y las acusaciones sin pruebas a los responsables de los acuerdos con las petroleras extranjeras en las dos experiencias que hemos reseñado, con las conductas que siguen en la actualidad quienes atacan a Cristina Kirchner. Si hasta el Partido Radical vuelve a caer en la misma tentación desestabilizadora, como en 1955 y en 1962. Todo ello estuvo y está a la vista, con el adicional, ahora, de que los medios de comunicación más concentrados disponen de un poder de fuego del cual en las ocasiones anteriores carecían.

Las lecciones de la historia siempre son útiles para interpretar el presente y saber dónde se encolumnan quienes efectivamente están dispuestos a defender la soberanía nacional desde el pragmatismo, pero sin resignar sus convicciones ideológicas y aún dispuestos a soportar las calumnias y las infamias que debieron tolerar quienes en el pasado pretendieron garantizar la puesta en valor de nuestros recursos energéticos como requisito ineludible para que la soberanía nacional no sea un mero slogan testimonial sino una realidad tangible.

Podrán tenerse distintos puntos de vista acerca de las experiencias del pasado, cada quien está en su derecho de coincidir, discrepar o permanecer indiferente respecto de los datos duros de la realidad argentina, pero otra cosa es caer en la demagogia o la calumnia como sistema, reiterando la misma metodología corrosiva que emplearon, tanto contra el Perón de la segunda presidencia como contra los Frondizi-Frigerio de la batalla del petróleo. Así como el golpe de 1955 o aquel error político de 1963 nos mostró la historia como drama, en la actualidad el desafinado coro de las críticas sin sustento que emite la oposición nos muestra a la historia como la representación de una comedia. Los villanos son los mismos, pero ahora el escenario ha cambiado sustancialmente.

Argentina es hoy una Nación que acumula más de una década de crecimiento sostenido y está dispuesta a asociarse –desde la posición de fuerza soberana que le otorga esa expansión económica sumado a la legitimidad política de sus gobernantes– con quien acepte discutir las condiciones para poner en valor una de las reservas de gas más importantes del mundo y colocarlas al servicio del desarrollo nacional. Y ahí mueren los discursos.

* Miembro del directorio de YPF.

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