YPF-Chevron en blanco y negro

Por: Mario Wainfeld

“En dos años sucedieron cosas extraordinarias: primero Chávez, a continuación Lula, Kirchner… Aquello que las personas jamás se imaginaron que iba a pasar, no-sotros lo vivimos: fue el período más progresista, socialista y de izquierda de nuestra América del Sur. (…) En política internacional, nadie respeta a aquellos que no se respetan a sí mismos. Nadie respeta a un lamebotas, a un adulador.”

Lula da Silva, ex presidente del Brasil.

En 2018 habrá transcurrido más de la mitad del mandato de quien suceda en la presidencia a Cristina Fernández de Kirchner. Recién entonces la multinacional Chevron podrá comercializar libremente el 20 por ciento del petróleo o gas que extraiga en Vaca Muerta. Para eso deberá invertir, explorar, tener éxito, haber desplegado una asociación capital-trabajo con YPF. Hasta ahora no tiene una gota de petróleo, se dedicará a la vertiente más costosa y riesgosa de esa explotación. Su socia es una empresa estatal que hasta 2015 (después se verá) será comandada por un gobierno que es celoso defensor de los intereses nacionales, tanto que hasta hace un ratito sus adversarios más numerosos lo motejaban de chavista.

No hay que sorprenderse tanto: hubo papanatas que quisieron desacreditar la lucha antiimperialista del presidente venezolano Hugo Chávez “denunciando” que le vendía petróleo a Estados Unidos. El simplismo es una desviación común en la política, la frase de Lula que encabeza esta nota, “baja a tierra” la cuestión.

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El Gobierno explica la nueva normativa, válida para Chevron y para otros virtuales socios, en la necesidad. No se dispone del capital necesario para explorar y hacer valer Vaca Muerta, por un lado. Y, detalle llamativo que debe ser paliado en años venideros (y en el trato con Chevron), también es necesario el know how que aportará la multinacional. Son imposiciones fácticas, que obligan a medidas prácticas, poco gratas desde el ángulo ideológico.

Lo que cambió, expropiada que fue Repsol (una multiespañola sin precedentes de experticia energética), es la correlación de fuerzas. Equiparar el poder de la omnipotente Repsol con el conferido a Chevron es un despropósito. Desde la expropiación se supo que otras empresas, todas ellas poderosas y poco dignas de encomio o de confianza, seguirían operando o vendrían. El cambio cualitativo es que deberían irse adecuando a un nuevo paradigma, con el Estado nacional (en consorcio con las provincias) como protagonista central.

En este caso, el Neuquén es la provincia implicada, que debe aprobar el acuerdo. Tiene, como la Argentina, un gobierno revalidado por el voto popular. Eso no los dota de infalibilidad, desde ya, pero sí les da legitimidad. El Movimiento Popular Neuquino es, por añadidura, un partido largamente legitimado por su pueblo. En la historia electoral inaugurada en 1983 hay sólo siete provincias que siempre eligieron gobernadores del mismo partido, el Neuquén es una de ellas, la única no peronista.

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La libertad de palabra es sagrada y macanear debe ser gratis, son garantías constitucionales. Esto dicho, vale subrayar la falta de legitimidad de amplios sectores de la oposición política y mediática que fueron entreguistas, lamebotas, lobbistas o grandes anunciantes de Repsol. Que peronistas federales o radicales que fueron empinados funcionarios de la Alianza sientan efluvios nacionalistas es poco serio, por usar un eufemismo. Ni hablar de los ex banqueros centrales Alfonso Prat Gay y Martín Redrado, que derrapan al colmo de los colmos.

Para demasiados referentes opositores importa poco la discusión política o la de políticas públicas. La que sobrevolamos lo es y amerita un debate con sintonía fina y con un mínimo de apego a la historia propia. Los detractores del “relato” oficialista se interesan más en mostrar sus inconsecuencias que en ahondar los temas. Actúan como refutadores del relato, antes que como dirigentes con una propuesta propia. Es su estilo, están en campaña permanente… hasta ahora no les ha sido redituable.

El oficialismo se hace un picnic enrostrándole archivos. Tiene su razón, se dijo. Pero la crítica no les cabe a fuerzas ubicadas a la izquierda del kirchnerismo, más estatistas por definición y que han sido consistentes con sus propias premisas. Es el caso del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, cuya condición minoritaria (todo lo indica) se corroborará en las próximas elecciones. Tienen legitimidad histórica para cuestionar, su legitimidad masiva es escasa.

El diputado Fernando Solanas, entre otros, también está validado para fundamentar sus cuestionamientos. Su trayectoria en defensa de la soberanía energética y del monopolio estatal es coherente y no ha tenido pausas. Desde una visión ideológica diferente del Gobierno, Pino puede elevar su voz. En este caso, la opción (opina el cronista) es entre un virtual gobierno de su fuerza (un avatar que está muy lejano) o la realidad de un oficialismo con una visión más pragmática y menos estatista que ha mostrado capacidad para sostenerse y producir importantes cambios.

En países vecinos y hermanos, Bolivia por ejemplo, el rumbo elegido no fue tan distinto de la Argentina. Recuperar empresas, cambiar la correlación de fuerzas y luego negociar con el capital extranjero con premisas propias.

El impacto ambiental es un problema que afrontan todos esos países, lo que obliga a no subestimarlo y a considerarlo ítem central de la agenda pública.

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Un jugador (pre)potente como Chevron es un socio de temer. La voluntad y un marco político propicios son condiciones necesarias, pero no suficientes, para conducirlo. Es forzosa la gestión calificada, la sintonía fina que no son el fuerte del oficialismo, en este tramo de su trayectoria.

Es deseable y hasta imperioso insinuar políticas de mediano o largo plazo, subsanando otra carencia del Gobierno. La opción adoptada, pragmática y por ende costosa, debería inducir a un discurso menos triunfalista.

La política energética kirchnerista ha transitado errores (la asociación con el Grupo Eskenazi, entre los más recientes) que impactan duramente en la ecuación económica. El rojo enorme de las cuentas fiscales derivado de las importaciones de combustible es una de las mayores restricciones de la etapa y tributa a responsabilidades de gestión.

Esa debe ser una de las causas para no cantar victoria antes de tiempo. A menudo, el kirchnerismo equipara en su imaginario a los instrumentos con objetivos ya logrados. En este caso es paradójico, porque los funcionarios del área reconocen que la inversión de Chevron es, desde el vamos, insuficiente. Lo que se valora es la perspectiva de ingreso de otros jugadores, que también forzarán a un desempeño atento y eficiente del Estado.

Homologar un contrato cuyos resultados se develarán en años con una gesta es un exceso, acaso tolerable en plano de la discusión política. Pero un gobierno, máxime uno empeñado en las realizaciones, no compite solamente en el Agora ni en el terreno discursivo. Su mayor contendiente es la realidad, que se mide en resultados palpables para los argentinos de a pie. Para poder mostrarlos, falta mucho hacer. La recuperación de YPF concitó ilusiones y adhesiones colectivas: las herramientas que se utilicen deberán probar estar a la altura de las promesas y del desafío.

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